lunes, 12 de noviembre de 2007

Los Grupos de Estudio

Quizás uno de los rasgos distintivos de nuestra profesión. A mis queridos lectores de otras moradas, puedo contarles que los analistas tenemos una conciencia cruda de la falta que opera en nosotros. Sabemos que no se accede a un saber absoluto y más aún, que el saber universitario es inerte y sin consecuencias. Una vez adquirido hay que ponerlo a trabajar, cual si fuera una piedra en bruto de la que podríamos partir para construir nuestra escultura, que sin duda necesitará también de otros materiales.
La transferencia (en criollo: afinidad, suposición de algún saber a ese otro que nos pueda aportar algo) nos une con sutiles vectores que hilvanan pequeños grupos con citas mensuales, quincenales, los primeros y cuartos martes, los terceros y quintos jueves, los miércoles pares, pero los impares no; en fin somos gente complicada para eso. Para qué negarlo.
La cuestión es que hay una regularidad de encuentro con un tema en común que -como diría alguien con quien aprendo- tira del hilo y lleva el grupo adelante. Hasta que no tira más.

Hasta aquí, una traducción simple podría ser: “se juntan a estudiar, qué hay de interesante en ello?”. Supongo que si esos espacios han convocado mi escritura significarán algo más.

El camino del analista es tan solitario como social. La soledad del consultorio puede ser tan triste como placentera, pero sin duda necesaria. Lo que emana de ese trabajo es lo que tiende la cuerda a los otros.

Cuando digo camino, imagino una ruta. Muy larga. Esas que uno mira al horizonte y todo concluye en un punto. Recta, con campo alrededor, a veces también ciudades o pequeños pueblos. Sinuosa, en llanuras y precipicios. Soleada, estrellada, lluviosa, nublada, a veces muy nublada. Largos kilómetros permiten todo eso y más.
Una ruta extensa que une dos lugares muy distintos, pasando por muchos pequeños otros. Distintos pero unidos por el recorrido.
Sobre ella, un auto. Al comienzo con algunos amigos. Seguimos meticulosamente los carteles, por ahora podría ser peligroso aventurarse. Algunos kilómetros más adelante paramos a tomar un café, uno de los amigos me presenta a otro que conoce el camino, que a su vez está con otros que lo acompañan. Intercambiamos compañía y el auto se renueva. Seguimos camino hasta la próxima parada, donde ocurre algo parecido. Para esa altura ya conozco parte del camino y tal vez puedo guiar a otros y dejarme guiar también. Tal vez los carteles indicativos no me resultan tan relevantes como las palabras de quienes que me acompañan en el auto. Sin darnos cuenta, cada parada es resultado del camino recorrido que a su vez es resultado de las palabras que compartíamos mientras andábamos y no pensábamos tanto adónde íbamos sino en dejarnos llevar.
Los trechos de compañía encuentran su intervalo en tramos solitarios, que a su vez son sucedidos por otros de reunión que son fruto de la travesía en soledad y con otros. Cada tanto paramos, si hay mucha niebla, más aún. Cada detención es una escansión en el tiempo que cambia el orden de las cosas y relanza el camino. Es interesante porque a lo largo del recorrido uno se vuelve a encontrar con viejos amigos, conocidos, antiguos compañeros, otros conductores, que a su vez traen nuevas compañías y sendas distintas, fruto de otros itinerarios. Y lo mejor de todo es que en este camino, a diferencia de otros, uno puede ir en varios autos a la vez.