sábado, 8 de marzo de 2008

Un Psicoanalista en el Dentista


Es sabido que los psicoanalistas cuidamos nuestros oídos. Es para nosotros como el auto al taxista. Pero no solamente. Algunos complementos resultan también imprescindibles. La boca, por ejemplo. La palabra es nuestra arma predilecta. Sale por allí, o también por las manos si se trata de escritura.

Es así que cada tanto visitamos a esos locos amantes de explorar bocas ajenas con cierto sadismo sublimado gracias al torno y esa serie de adminículos que van y vienen en el brazo mecánico que siempre los acompaña.

Sin embargo, ese mal trago no es exactamente el tema que hoy justifica mis palabras. Sino la mentada fantasía de que los analistas analizamos todo, todo el tiempo. Fantasía, mito o creencia popular que mayormente no es más que eso. Analizar es nuestro trabajo y como tal, también cansa.

Fuera del consultorio, uno asiste al odontólogo como cualquier perejil. Advertido de la posible espera, acompañado de diversas lecturas, psicoanalíticas claro, para amortizar la espera.
Una vez allí, me recibe una recepcionista maleducada pero por sobre todo desconectada de la escena, más que del teléfono y la enorme cantidad de papeles en el escritorio. No es agradable, pero no conmueve la postura perejil. Me siento, observo, me sumo en la lectura, pretendiendo que no me afecta que en breve, mi boca se llenará de enemigos indeseables.

Suena el teléfono. Es el novio o pareja de la recepcionista. ¿Cómo lo sé? Todos en la sala lo sabemos. Se rompió el lavarropas. Fue el técnico pero no pudo arreglarlo porque alguien cortó el enchufe y se perdió la garantía. Corta. Sigo perejil. Esta vez es ella quien llama. Se trata de su madre. Es para despertarla, la propia madre le había pedido que la llamara para eso. Todos en la sala lo sabemos. Una vez despierta, le cuenta el drama del lavarropas. Ocasionará que la niña grande deba ir a lavar la ropa a la casa de su madre. Allí el dilema: “Voy a tener que ir a tu casa, bah! a mi casa? Todavía es mi casa. Es mi casa”. (Y la conversación con la madre gira en torno a ello). La escucha adormecida y hundida en la lectura también se despierta, pero sin avisar. Mientras la niña recepcionista habla por teléfono, transitan pacientes que fracasan en su intento por restituirla en su función. A nadie más ella puede dirigir siquiera la mirada.
No es que los analistas analicemos todo pero hay cosas que convocan la escucha de un modo tan abrumador que no hay oído analítico que se resista.
Escribo estas líneas en el revés del texto psicoanalítico que estaba leyendo antes de lo de mi casa-tu casa. Está desprolijo, dudo de entender mi letra luego. Termino. Mis ojos vuelven al texto. Me olvido. Y el dentista que no me llama.

martes, 4 de marzo de 2008

Volver...



(...)
Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir,
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.
(...)


Autor: Alfredo Le Pera