miércoles, 18 de marzo de 2009

En el súper

Galletitas, leche, yogurt, manzanas, pechugas de pollo, arroz. Me faltan unas botellas de agua. Qué caro está el shampoo. Menos mal que hay poca gente. Ah, llevo un desodorante por las dudas. Qué me habrá querido decir con algunos ven y otros ven lo que quieren ver. Yo veo. ¿O no?

¿El agua? Allá. ¿Es él? No, no es. No puede ser. No vive por acá. Bah, en realidad no sé dónde vive. No, no es. Sí, es. ¿Qué hago, lo saludo? No, no tiene nada que ver. Me hago la boluda. Mirá los pantalones que tiene. Esos joggins no se usan más. Y están hechos pelota. Y ese buzo, horrible. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis botellas de cerveza. Miralo, no lo tenía. ¡Mierda! Está poniendo vino. Mirá si me atiendo con un borracho y no me enteré. ¿Qué hago, lo saludo? No, lo voy a incomodar con toda esa bebida en el chango. Va a pensar que lo quise poner en evidencia. ¡Licor, bueh! Todo mal. O está de fiesta, o este tipo chupa como una esponja. Me falta el agua. ¿Qué hago? ¡Mirá! Tiene toda comida chatarra. Hamburguesas, Patitas, pizza, pan, chocolate. Este tipo no se cuida ni en pedo. Además, qué, vive solo, no lleva leche, ningún… ¡Uy viene para acá! ¿Me habrá visto? Queda mal que salga corriendo. Me hago la que no lo ví.

- Hola.
- ¡Ah!..mmm … Hola, no te había visto. ¡Qué casualidad!
- Chau, nos vemos.

¿Se irá para la caja? Agarro el agua y me voy.
¿Qué hago la próxima sesión, le digo que lo ví?

viernes, 6 de marzo de 2009

Psicoanálisis salvaje

Los psicoanalistas tenemos fama de gente rara. Si bien algo de cierto debe haber en ello, “rara” es una palabra difícil de determinar. El tema de hoy tal vez sea una de esas rarezas. Bastante molesta por cierto.

La fama de raros suele materializarse, por ejemplo, en esa idea de que andamos psicoanalizando sin mirar a quien, en todo momento y en todo lugar. Cosa que en la mayoría de los casos no es cierto. Lo que muchos no saben es que el peor salvajismo del psicoanálisis fuera de lugar suele darse entre los propios psicoanalistas.
No son todos. Aunque sí, un número considerable de experiencias vividas y escuchadas como para sufrir un efecto de desagradable repetición: ¡otra vez lo mismo!
Hay quienes ante el menor conflicto con un colega sacan de la manga sus intervenciones analíticas como defensas predilectas. Algo tan despreciable como las armas químicas de ciertos países. Entonces, suelen decir cosas como: deberías revisar tus cuestiones edípicas, no me transfieras tus problemas (cuando quien habla no es más que quien transfiere y lo niega), me extraña que vos estés diciendo esto, es grave que no puedas escuchar lo que te digo (cuando lo que sucede es que el otro escucha pero no está de acuerdo), etc., etc.

Ninguna posición es más funesta que la obscenidad. Las intervenciones analíticas están hechas para un contexto determinado que no debiera atravesar los muros de la relación analista – analizante. Sin embargo nunca falta algún “psicoanalista” acorralado que saca a relucir sus palabras de consultorio porque se ha quedado sin palabras de las otras. Aquellas que sirven para que la gente en plural se comunique.
Claro que ciertas profesiones pueden colaborar con cierto sesgo en la mirada sobre el mundo, lo que hay que controlar es la lengua. No todo lo que se piensa se puede decir en cualquier lado y de cualquier manera, sólo por ostentar una mustia chapa profesional. Muchos dirán: vicio profesional. Es posible, pero hay que combatirlo.