viernes, 19 de enero de 2007

La “Construcción del Pudor” en la Psicosis


“... las dos patitas de atrás”

Fuente: Pagina 12. Autor: Sergio Zabalza (Psicoanalista). Enero 2007

A partir de la experiencia en un hospital de día donde “se dice que hay cucarachas”, el autor examina el origen del asco a los bichos, advierte la situación particular de los psicóticos –para quienes “el bicho es el propio cuerpo”– y señala un posible abordaje terapéutico.


De un tiempo a esta parte, el tema de las cucarachas ha invadido el ámbito de un hospital de día. Se dice que hay cucarachas en los consultorios, en el estar de los pacientes, en las cajas de materiales, en la mesa del almuerzo. Ahora bien: ¿por qué tanta dedicación al tema? ¿Qué cuestión de vida o muerte se juega en torno de estos bichitos?

El sentido común diría que están en juego las condiciones mínimas de higiene para preservar la salud: sospechoso. Para los que hacemos de la desconfianza al sentido común una herramienta de trabajo, difícilmente pueda conformarnos el cuento de la higiene. La repugnancia que el tema despierta no sólo responde a una cuestión de salud. Por lo pronto, un cigarrillo encendido supone tanta o más falta de higiene que una cucaracha en el zócalo. Hay otra cosa, un elemento que Freud señaló como dique a las exigencias pulsionales: el asco. Sería propicio indagar cuál es la función que cumple esta constitutiva barrera.

Por lo pronto, que la sexualidad humana sea siempre perversa ya nos sugiere, para la prohibición que el asco supone, la figura propia de la banda de Moebius, esa cinta cuyas dos caras resultan ser la misma o cada una de sus caras resulta ser la opuesta: las mismas prácticas que fantaseamos con la hermosa modelo pueden parecernos repugnantes si las imaginamos con otra persona. ¿Acaso la belleza no es el último velo antes de lo terrible? (Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino.)

Entonces, el asco es una prohibición que permite, un límite que habilita. Para Freud, el asco no es sólo barrera sino también sublimación.

En cuanto a los insectos, no es necesario remitirse a La metamorfosis de Kafka o al Escarabajo de Poe para advertir cómo el sentido común suele depositar en ellos la oscura dimensión de lo ominoso. Desde la zoofobia que tan cuidadosamente describiera Freud en su paciente “El Hombre de los Lobos”, hasta la mantis religiosa, ante cuya presencia Lacan encarna el momento de máxima angustia subjetiva, la literatura psicoanalítica no deja de convocar a estos seres inquietantes toda vez que el espanto reclama algún lugar.

Un primer abordaje diría que las cucarachas remiten a ese privilegiado objeto en torno del cual el sujeto, a partir de la problemática del control de esfínteres, dirime las demandas del Otro: la mierda. Advenir miembros de un mundo simbólico supone la sustitución que habilita localizar en una terceridad el horror frente al cuerpo de la madre. Ahora bien, si, tal como expresa Lacan, en la neurosis el retorno de la pulsión es in loco –en un locus determinado, localizado en un lugar–, en la psicosis, por el contrario es in altero: avanza como un indiscriminado Otro.

Si el neurótico sublima su generalizada repulsión a los bichos con “las dos patitas de atrás” que la canción le quita a la cucaracha, bien podríamos conjeturar que en la psicosis el bicho está completo y consistente, sobre todo y antes que nada porque, para el psicótico, el bicho es el propio cuerpo.

De allí que no nos llame la atención una paciente que sin aprensión alguna mata cucarachas con la mano. En la psicosis, el asco –si existe– no hace lazo social. Toda la gesta de David Cooper, Ronald Laing y otros intentó convivir con la especial relación que el psicótico sostiene con sus excrementos: en aquella época y bajo aquellos criterios, se podía caminar por hospitales cuyos pasillos estaban adornados con mierda. Semejante posición descansa en la idílica suposición de un mundo sin ley o en la ilusión de una ley sin arbitrariedad. Desde esta perspectiva, la locura vendría a denunciar la violencia que todo orden supone. Por nuestra parte, estamos tan lejos de subestimar el discurso del psicótico como de intentar un orden puro de toda arbitrariedad. La ley está, de lo que se trata es qué hacemos con ella.

Bichos como las cucarachas dan para más. En el Hombre de los Lobos “su análisis demostró que para él todos los animales pequeños, orugas, insectos, sobre quienes descargaba su furia, tenían el significado de bebés” (Sigmund Freud, Historia de una neurosis infantil. Erotismo anal y complejo de castración). Según Freud, esta actitud remitía a la angustia frente a la posibilidad de perder su privilegiada condición de hijo menor, y de allí la repulsión frente al comercio sexual de los padres.

Insectos-caca-bebés: ecuación que incluso nos reconduce hasta esa enigmática satisfacción por reventar “barritos” del rostro –el mismo Freud relata algún caso donde la satisfacción por eliminar comedones remite a la masturbación–.

El semen, las heces, la leche, la voz, la mirada: lo más deseado y lo más rechazado salen de orificios del cuerpo; pezón, ano, genitales. Lugares donde la erótica relación con el Otro se localiza en virtud de una ley que, en objetos fuera del cuerpo, metaforiza algo de su omnipresencia. Bordes donde el goce se hace deseo, restos que atestiguan una ilusoria unidad, a expensas de operadores tales como el asco.

Cucarachas hablantes: si también nosotros salimos de un agujero, ¿quién podría sorprenderse por el asco ante al coito de los padres?


Difícil pudor

Mientras que las significaciones compartidas por el lazo social ubican en precisos lugares la ominosa alteridad que nos constituye, aquellos sujetos desabonados de la instancia psíquica que civiliza la pulsión intentan otras estrategias para vérselas con la satisfacción que los somete. En la psicosis, el circuito de la pulsión –por no pasar por el Otro– descarga todo su sadismo y voracidad en el sujeto. Así, el asco está dirigido hacia el propio cuerpo. No hay pudor ni intimidad. Nada más intrusivo y vejatorio.

Hacer algo con eso supone la invención que por respetar la singularidad, construye una barrera al goce a partir de los rasgos que constituyen un sujeto. Se trata de qué es esa cucaracha para cada sujeto. Lo interesante es que, para construir ese particular, se debe contar con el concurso del Otro. Allí está nuestra posibilidad de facilitar el lazo social (y de poner las cucarachas a distancia).

Por estar en el lugar de la excepción, los pacientes llamados psicóticos suelen estar hablados por lo general y moverse con un cuerpo al que viven como extraño. Se trata de construir lo particular que les permita apropiarse del lenguaje que los habita y del cuerpo que se les diluye. Desde esta perspectiva, lo particular son las razones con que un sujeto se arma un mundo al intentar dar cuenta de ese imposible –lo singular/general– que bien podríamos comparar con un cuerpo extraño. Cuando un sujeto canta una canción, pinta un cuadro o representa un papel, se abre la posibilidad de ubicar en ese nuevo objeto algo de la ominosa presencia que aplasta al psicótico. Por eso, no se trata de interrogar por qué hizo tal o cual cosa, sino: qué opina sobre ese blanco que está allí; qué le pareció el personaje que nos acaba de representar.

Al interrogar por ese inanalizable que es la obra de arte, se invita al sujeto a dar las razones con las que construir el particular que le permita apropiarse de ese cuerpo –hasta ahora extraño para él– y así correrse del atroz lugar de objeto que la excepción constituye.

El lazo social supone ubicar en un objeto algo de lo ominoso que nos habita; para ello debemos ubicar alguna significación en común. De esto trata la estetización con que el síntoma se vacía de sentido. Como la cucaracha, que –por faltarle las dos patitas de atrás– se transforma en una dulce y entrañable canción que, al hacer lazo con el Otro, pone a distancia la ominosa dimensión que nos habita.

En un dispositivo de hospital de día, el grupo de pares está al servicio de construir el particular con el que un sujeto se arma un cuerpo y un mundo. Al sancionar, por ejemplo mediante un simple aplauso, el acto que supone hacerse responsable de una opinión, de un gol, o el compromiso que supone despejar los restos de comida después del almuerzo, los varios se constituyen en testigos de una cesión de goce.

Ahora bien, hacerse responsable de una opinión sobre el objeto cucaracha no es sin el recurso que el Otro brinda por excelencia: la identificación. En efecto, es impensable considerar una cesión de goce sin la transferencia que supone depositar cierta confianza, amor y saber en un Otro. Suficiente para pensar todo el hospital de día como un dispositivo para manejar la transferencia con sujetos que padecen graves carencias simbólicas.

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A quienes hemos trabajado en servicios de hospitales públicos, nos resulta muy sencillo ponerle imágenes al texto.
Excelente y precisa metáfora para abordar un tema tan complejo...NZ

martes, 16 de enero de 2007

Quieren crear una píldora para borrar los recuerdos dolorosos

Se la podría ingerir tras una situación traumática para poder evitar el sufrimiento.

Fuente: Clarin. THE WASHINGTON POST. ESPECIAL

La norteamericana Kathleen Logue estaba en su auto, parada en un semáforo, cuando dos hombres rompieron su ventanilla, le apuntaron un arma a la cabeza, entraron en su vehículo y la obligaron a manejar. Durante horas, luchó con ambos para que no la violaran y finalmente escapó. Pero el recuerdo de aquel día la atormentó durante años.

Es por ello que decidió presentarse como voluntaria para un experimento para probar si a través de la ingesta de una píldora, inmediatamente después de sufrir una experiencia aterradora, se logra reducir el riesgo de sufrir lo que se conoce como estrés post traumático. El estudio forma parte de un promisorio pero controvertido campo de investigaciones que busca modificar, o borrar de ser posible, el impacto de los recuerdos dolorosos, concepto bautizado “olvido terapéutico” por algunos y que fue llevado a la ficción en filmes como “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” con Jim Carrey, Kate Winslet y Kirsten Dunst.

Los investigadores aseguran que pastillas de este tipo podrían prevenir o servir para tratar a soldados que deben hacer frente a los horrores de la guerra, víctimas de la tortura en recuperación y otros que hayan vivido experiencias graves, devastadoras desde el punto de vista psicológico.

”Algunos recuerdos pueden llegar a ser muy destructivos. Vienen a nuestra memoria cuando no lo deseamos y se ven acompañados de sentimientos muy dolorosos”, explica Roger Pitman, profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de Harvard, que estudia este enfoque.

Los escépticos sin embargo sostienen que el hecho de tratar de manipular los recuerdos es algo que se entromete con un territorio peligroso, ya que los recuerdos son parte de la mera esencia de identidad de una persona.

Hasta ahora, se realizó sólo un puñado de pequeños estudios con voluntarios de Estados Unidos y Francia, en el que se puso a prueba en la mayoría de los casos a una droga llamada propranolol, que bloquea la acción de las hormonas del estrés que graban recuerdos en el cerebro. Los resultados fueron tan promisorios como para que los investigadores ya estén pensando en realizar más estudios en otros países, como Canadá e Israel. Se probará al propranolol y otras drogas, incluidos los componentes de la marihuana.

”Todo lo que se aprende en un momento de excitación emocional queda fijado con más fuerza”, explica James McGaugh de la Universidad de California en Irvine. McGaugh demostró que las emociones fuertes —como el miedo, el amor, el odio y el pánico— desencadenan hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, que activan a su vez una parte del cerebro llamada amígdala, que es la que crea recuerdos vívidos, muy cargados desde lo emocional.

De todos modos, hasta ahora, las investigaciones mostraron que los efectos emocionales de los recuerdos se pueden mitigar pero no borrar.

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Pienso... desde una perspectiva muy freudiana, luego del efecto de esta píldora, a dónde ira a parar el afecto?!

miércoles, 3 de enero de 2007

La Farándula Psi.

Las reuniones de fin de año dejan un plus irrepetible, una serie de conocimientos indispensables para todo analista que se precie de tal. Sin duda también crece y se reproduce en los pasillos de los hospitales, en los consultorios compartidos, en las instituciones, en los llamaditos de cinco minutos entre paciente y paciente, en los cafecitos. En fin, en los intersticios del mundo psi.

¿A qué me refiero? A la prensa amarilla psi. Sí! Los psicoanalistas también tenemos una farándula. El diario del amor y el desamor, aquellos de buena prensa y otros incinerados por algún hecho bochornoso a los minuciosos ojos psi, las últimas noticias de aquellos que se han brotado, aquel que se separó más de cinco veces y comenzó a salir con alguna conocida, aquel que gusta de conquistar futuras colegas, etc., etc.

Tanta intervención simbólica, tanto recurso en lo real para lograr el ansiado cambio de posición subjetiva en los pacientes, dejan su marca en la difícil vida del psicoanalista. Es así que volcarse al puro imaginario de las secretas infidelidades resulta un entretenimiento exquisito para recrear el inconciente.

Por ello recuerdo con deleite las últimas reuniones acontecidas en las pasadas semanas, en las cuales ha sido posible interiorizarse de algunas nuevas parejas, reflexionar sobre la orientación sexual de algún colega, conocer las historias de amor pasadas y presentes, tener datos precisos de aumentos y descensos de peso, acceder a una lista pormenorizada de aquellos que luego de tantos años de trabajo finalmente han perdido la razón, comprobar cercanías y lejanías irrecuperables del punto de aceptación de la castración, observar de cerca los resultados de la cirugía estética en un cuerpo psi, etc., etc.