jueves, 26 de abril de 2007

Impactante e interesante video sobre Anorexia...

¿Qué es la distorsión de la imagen corporal?
Un video lo explica sin decir una sola palabra. Y nos deja ante la evidencia más explícita: semejante diferencia entre la realidad y la mirada resulta posible gracias a que la imagen corporal no es más que una construcción psíquica. Al igual que todo el universo restante.

Desconozco los fines específicos con los que fue creado el video, ni la población para la que fue ideado. Esa cuestión nos llevaría al debate acerca de las campañas publicitarias para este tipo de afecciones. Si éstas deben recurrir o no al impacto, al golpe bajo. Si es preciso llegar hasta allí para crear conciencia popular. Sigue abierto el debate.


Fuente: www.abkontakt.se
La página pertenece a una Institución de Estocolmo (Suecia) dedicada a Anorexia y Bulimia.

martes, 24 de abril de 2007

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre"

Volver a un Hogar.
Interesante Programa para Pacientes "manicomializados".

Fuente: Lorena Oliva, LA NACION.
Contacto
Hospital José Esteves
4298-1931/0091/0093


El neuropsiquiátrico Esteves solventa y monitorea un programa que permite que determinadas pacientes hoy vivan fuera del hospital, juntas o con sus parientes.

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre". Esta frase, enunciada por un profesional de la salud mental, sintetiza el triste destino de quienes, una vez superada la crisis que derivó en su internación, permanecen en el hospital sencillamente porque no tienen adónde ir.

Las pacientes del Hospital Neuropsiquiátrico José A. Esteves, en Temperley, no son la excepción en este sentido. Por eso un equipo de profesionales de la institución viene desarrollando, desde fines de 1999, el Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA), comprometidos con una realidad que denuncia que entre el veinte y el sesenta por ciento de la población de los hospitales neuropsiquiátricos permanece internada por falta de contención social.

Inspirado en experiencias extranjeras, como la de Italia, donde los hospitales mentales, tal y como aquí se los concibe, dejaron de existir hace décadas, el PREA cuenta con la financiación del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires. Pretende ni más ni menos que la desmanicomialización de aquellas pacientes que cuentan con el alta de internación, pero no poseen los medios económicos o
afectivos para irse. ¿De qué manera? Facilitándoselos.

"Cuando nuestro equipo médico evalúa que una paciente tiene potencial para formar parte del programa, porque ya se encuentra compensada y no tiene sentido continuar con su internación, se le hace firmar un contrato de admisión por el que se compromete a trabajar por su externación. Esto significa, básicamente, asistir a una serie de talleres donde se la prepara para el afuera", explica Patricia Esmerado, psiquiatra y directora del PREA.

Luego de este proceso, que se extiende durante meses, a las mujeres que logran su externación las espera una casa -alquilada y solventada por el hospital Esteves- en la que podrán vivir junto con otras compañeras el tiempo que necesiten. Incluso por el resto de su vida.

REDESCUBRIR EL AFUERA

Desde su puesta en funcionamiento, en 1999, hasta la actualidad, cerca de sesenta mujeres, distribuidas en doce casas, han podido revincularse con el afuera: obtener un trabajo, ir a la escuela, descubrir vocaciones ocultas, retomar la relación con la familia, sentir la calidez de un hogar, y hasta casarse y tener hijos.

En Adrogué, la casa de Angie, de 51 años; Ema, de 52; Dora, de 55; Graciela, de 55, y a la que próximamente se sumará Estela, de 59, fue la primera en habilitarse allá por el año 2000. En ella sobran historias que demuestran cuán valiosa ha sido esta segunda oportunidad en la vida de sus habitantes.

Hace dos años, para el Día de la Madre, Dora recibió el primer llamado del hijo que le habían arrebatado cuando nació y que hoy es un gendarme de 38 años, casado y con cuatro hijos. Deseosa de tener una relación más fluida con él, Dora lucha por superar ese duro pasado que todavía le oprime el corazón, mientras cursa el cuarto grado de la escuela primaria. "Ahora que aprendí a escribir, me encantaría poder
mandarle una carta, pero no sé su dirección", se lamenta Dora, seguida por la mirada atenta de Angie, su "maestrita dulce".

"Yo la ayudo con la tarea, a pensar oraciones, a hacer las cuentas", explica Angie, una de las indudables referentes del grupo. Angie estuvo internada durante dos años y medio. Por entonces estudiante universitaria de Ciencias de la Educación, puede adivinarse que su trabajo como bibliotecaria en el hospital, así como la concurrencia a diferentes talleres funcionaron como una suerte de salvavidas allí
donde todo parecía haberse hundido. En el taller literario de Néstor Costa conoció a Ema y se hicieron inseparables.

Ema recuerda que, durante los siete años en los que permaneció internada, todas las noches repetía a modo de rezo: no me quiero morir acá. "Cuando estás durante varios años en una institución, vas perdiendo tu capacidad para autodirigirte. Te van tronchando tu libertad. A las 7 de la mañana te levantan, después te bañan, el
desayuno, el almuerzo, la siesta todo está pautado y una no puede decidir nada", se lamenta esta coqueta mujer, apasionada por la literatura, que pronto editará su primer libro: Latigazos de luna.

VALERSE POR SI MISMAS

Aún en la institución, cuando las pacientes comienzan a formar parte del PREA deben asistir a una serie de talleres que busca, justamente, evitar que, ya externadas, se encuentren en el mundo exterior con una vida que no saben manejar. En la mayoría de los casos se trata de mujeres que han estado más de cinco años internadas. Y la falta de contacto con el mundo exterior, obviamente, tiene sus secuelas. "Lo
que se busca es que estas mujeres logren reconstruir esa subjetividad que fueron perdiendo al formar parte de una institución en la que todo, desde el horario para el desayuno hasta la ropa que se ponen y la medicación que toman, es decidido por otros", ejemplifica Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves.

Excepto por la visita periódica de un equipo interdisciplinario que supervisa y contiene en caso de eventuales problemas, de ahí en más la vida de estas mujeres se parece bastante -y cada vez más- a la de cualquier persona que se las cruce por la calle. De hecho, el mecanismo de funcionamiento de la casa de Adrogué parece tan bien
aceitado, que difícilmente alguien podría adivinar en qué circunstancias se conocieron estas cuatro mujeres.

Sentadas alrededor de la mesa del comedor, en un clima de cordialidad y respeto, cuentan cómo es un día en sus vidas: mientras que Angie y Ema reparten sus horas entre el trabajo y la terapia, Dora y Graciela se organizan entre la escuela, los quehaceres domésticos y la continuidad del tratamiento en el Centro Comunitario Libremente, un espacio cultural abierto a la comunidad que, a la vez, sirve de punto
de encuentro entre pacientes y terapeutas.

Ainstein informa que el total de plazas disponibles del hospital (1020) está siempre cubierto.

-¿Cuántas de estas mujeres son potenciales usuarias del PREA?
-En estos momentos tenemos a unas veinte en la primera etapa del programa. Además, calculamos que otras ciento veinte podrían ir incorporándose en forma progresiva.

Además del PREA, el hospital Esteves desarrolla otro programa llamado Vuelta a Casa , focalizado en las pacientes que sí cuentan con un entorno familiar dispuesto a recibirlas, que ya ha favorecido a más de cien casos. "Se trata de un subsidio que busca favorecer los medios para que alguien, tal vez un pariente, pueda acompañarlas hasta que adquieran seguridad y autonomía", explica Esmerado.

Pero por diversas causas, un sector de la población del Esteves no podrá participar de ninguno de los dos programas. Ya sea porque padecen patologías severas, o porque han envejecido dentro de esas cuatro paredes, unas quinientas mujeres no pudieron -ni podrán- superar los efectos de la llamada manicomialización : un sistema que,
a todas luces, ha demostrado no ser lo más efectivo en numerosos casos.

Tal vez iniciativas como el PREA permitan albergar la esperanza de un futuro donde la atención de la salud mental se valga de mecanismos más humanizados. Y sin muros.

MIEDO POR DESINFORMACIÓN

Es probable que los hospitales psiquiátricos colaboren bastante con la mala fama que la locura sigue teniendo en la sociedad. Según Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves, la manera en que la sociedad encara este tipo de trastornos poco ha cambiado a pesar del paso del tiempo. "El miedo a la locura continúa vigente, y en su persistencia tiene mucho que ver la desinformación", explica.

miércoles, 4 de abril de 2007

¡Las cosas que uno tiene que soportar “en nombre de la transferencia”!

La transferencia es ese mecanismo por el cual se repiten con la persona del analista, y todas las situaciones que rodean al tratamiento, fenómenos que originariamente pertenecen a la vida del paciente (1). El mismo representa en transferencia un trozo importante de su vida que de otro modo sólo hubiese descrito insuficientemente (2).
Sabemos así, los analistas, que no se trata de nosotros mismos sino que presta uno allí su persona, para la compulsión repetidora más descarnada.

La escena psi, hipócrita en muchos casos, dice que el analista nunca pierde la calma frente a estos fenómenos. O mejor dicho, se dice que sí la pierde, pero nunca se explica bien cómo. Sin duda esta fría imparcialidad es cierta en un importante número de ocasiones, de otro modo nuestra profesión sería un infierno.

Ahora bien, esta suerte de ira ocasional del analista dependería en gran medida de la intensidad de la transferencia que tenga que soportar y del grado de agresividad que ésta conlleve. No quiero decir con ello que el analista responda siempre echando a los pacientes de este estilo transferencial, a patadas. Probablemente en muchas ocasiones logre controlar sus impulsos más bajos. Pero, siente o no siente bronca, se siente o no concernido?!

Hace muy poco me tocó soportar una de estas transferencias negativas. Despectivas, para ser más exacta. Allí, en la peor de las situaciones: la madre de un pequeño paciente.
Los padres tienen esa particular inclusión en los bordes (el tratamiento es para sus hijos, jamás para ellos), que me lleva a pensar en la poquísima luz que le queda al analista para operar sobre las transferencias. Bordes en los que -si se gestaran tensiones irrecuperables- terminarían marcando el destino del tratamiento, sin más.

Por cuestiones seguramente especulares de diversa índole, esta analista no le sentó a esta mamá desde un principio. No así a su hijo, que acudía con una sonrisa y reía casi permanentemente. Risa que trascendía las paredes del consultorio, tras las cuales, su madre, cercana, acrecentaba su fastidio.
“Casualmente” no era posible identificar un síntoma en el paciente, sí en su madre y de diverso tipo. Muy poco tiempo después y en medio de la sala de espera, esta singular mamá sanciona el final del tratamiento. Utilizando un rodeo histérico interesante: el final no era porque ella lo decretaba sino porque “ya sabía” por otro profesional del equipo que el tratamiento terminaría ese día, por decisión mía, claro está.
Intento de inclusión mediante (en el consultorio mínimamente) esta mamá se ocupó de cerrar todas las puertas (menos la del consultorio) ya que allí dentro se desvanecía la figuración de que era la analista quien ponía punto final al tratamiento.
Acto seguido (ahora sí, a puertas cerradas) tuvo lugar la entrevista con el pequeño paciente. Digamos que la sesión fue un sinfín de variadas situaciones escolares en las que “era dejado de lado”. Una pintura perfecta de la idea de que el niño con su síntoma habla de una verdad, de la verdad de la escena en este caso.
Conversaciones telefónicas imposibilitadas por fuertes agresiones transferenciales hacen hasta ahora imposible la continuidad del tratamiento, al menos por el momento.

Cabe destacar que he desfigurado algunos datos del historial para que el material no pueda ser reconocido. Con el mismo criterio no he reproducido el calibre de las agresiones. No obstante ubiquen -sin vacilar- la justificación de la ira del analista en las omitidas palabras.

Las cuestiones éticas podrían resultar un tema para otro escrito. En ese caso, la pregunta sería: cuáles son los límites que indican qué cosas podría soportar el analista por el bien de la cura, y cuáles no, tal vez en nombre del mismo fin. Brevemente se me ocurre que dependería de cada paciente y de cada analista. Ello abre un debate para otra oportunidad, o para quienes gusten de retomarlo en virtud de este escrito.

Ahora bien, el analista se siente concernido? Y por ello, experimenta o no, sentimientos especulares? Supongo que en los casos en los que la agresividad supera los límites tolerables, por supuesto que sí! El tema es qué hace con ello. Pienso que en algunos casos, no logra evitar la ira y seguramente responde de la peor manera posible (de esta alternativa, se habla poco y nada); o bien hace alguna otra cosa con aquello que ha sentido. Por ejemplo, escribe. Qué más sería este escrito sino un modo de tramitación de una enorme molestia vivida “en nombre de la transferencia”.
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(1) Freud, S. “Recordar, repetir y reelaborar”.
(2) Freud, S. “La Técnica Psicoanalítica”

martes, 3 de abril de 2007

Psicólogo condenado por daño moral

Le cobró 75.000 dólares en concepto de 3 años y medio de terapia por adelantado, a razón de 200 dólares la sesión.
Opiniones cognitivas y psicoanalíticas del caso.

Fuente. Infobae. Por Clarisa Hirsch-Boronat.

La Licenciatura en Psicología está dentro de las cinco carreras que más se estudian en la Argentina. Y, si bien la demanda de profesionales no supera a la oferta, podría decirse que es realmente mucha la cantidad de argentinos que va al psicólogo.

Anteayer, se dio a conocer un fallo que planteó fuertes cuestionamientos a todos los que de alguna u otra manera, se relacionan con el mundo "psi". Lo dictó la Sala G de la Cámara Nacional en lo Civil contra un psicoanalista que trató durante 30 años a
una mujer a la que le cobró 75.000 dólares en concepto de 3 años y medio de terapia por adelantado, a razón de u$s200 la sesión.

A este psicólogo se lo sentenció a devolverle el dinero a su paciente y a indemnizarla con 20.000 pesos por daño moral, abriendo la discusión en la
comunidad profesional acerca de qué debe permitirse y qué no cuando se está bajo análisis o tratamiento psicoterapéutico.

En opinión de Eduardo Keegan, Dr. en Psicología, Director del Posgrado en Terapia Cognitiva, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Presidente de la
Asociación Argentina de Terapia Cognitiva, "este fallo no se relaciona con un problema de marco teórico, sino con un problema ético: no se puede pedir pago
adelantado de los servicios".

Para Keegan, este caso "revela que a los pacientes no se les dan pautas de la duración probable del tratamiento ni la información mínima indispensable
para que auditen lo que pasa en la terapia y si la misma se desarrolla de acuerdo a lo planteado".

"Hay que ver si esta mujer sabía que la iban a atender por 30 años. Por otra parte, el fallo deja al descubierto un abuso de la posición de poder del profesional. Por eso, es necesario el consentimiento informado (es decir, indicarle al paciente qué le
ocurre y cuál sería el tipo y duración estimativa del tratamiento), que intenta nivelar la asimetría de poder", dijo el experto.

Otra de las reflexiones de Keegan ante el planteo de los juristas que fallaron en la causa acerca de la existencia de un aprovechamiento de la relación de dependencia de la paciente con el psicólogo fue que "un tratamiento tan largo con un paciente que
parecería dependiente se convierte en parte del problema".

"Aquí, el problema no es que el tratamiento sea prolongado, sino preguntarse cuál es el criterio de fracaso y éxito de la terapia que tiene el profesional. No sé cuál era el cuadro de la mujer, pero lo que puede decirse es que nunca debe cobrarse
por adelantado, porque entre otras cosas, se limita la chance de cambiar de terapeuta", señaló Keegan.

"Un problema con el modelo psicoanalítico es el sostenimiento de la idea de que más tratamiento, siempre tiene más resultados. Y no hay datos que corroboren esto", aseguró.

Según Keegan, frente a este caso "cualquier comité de ética va a decir que esto no es aceptable. No obstante, estos fallos ayudan a que haya un grado de amparo frente a situaciones que son manifiestamente alejadas de una práctica ética".

El especialista destacó que "el terapeuta debe estimar el tratamiento antes de empezarlo, su frecuencia, su costo y alguna definición medianamente de cómo saber
si el mismo funciona o no, ya que su mera continuidad no es garantía de éxito".

"Este no es un problema del paradigma psicoanalítico. Por caso, en un trastorno bipolar, el paciente debe tomar medicación de por vida y hacer tratamiento. No
se puede decir que el mismo va a durar dos meses. Se tiene que explicar al paciente o a sus familiares, para que el mismo tenga un cierto grado de control
sobre aquello que está ocurriendo con su tratamiento. El psicoterapeuta tiene que estar dispuesto a dar toda la información que se necesite", advirtió.

Según Keegan, "algunos pacientes, no todos, tienen personalidades muy dependientes, entonces, se aferran al tratamiento. El tema es si el tratamiento está
orientado a hacer que el paciente sea más independiente o a cultivar esa dependencia. En el caso del fallo, parecería haber una explotación de una
característica de dependencia del paciente".

Marco Psicoanalítico
Desde el punto de vista psicoanalítico, varían las concepciones acerca de la práctica psicoterapéutica cognitiva por caso, en el tiempo de su duración ya que
en la primera no puede estimarse y en la segunda, sí y se informa al paciente.

Pero, en esencia no cambian las cuestiones éticas básicas de la relación psicólogo-paciente.

Consultada acerca del fallo, la Lic. Rosa Petronacci, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en Función Didáctica, opinó que "toda la práctica psicoanalítica tiene que estar atravesada por una ética, por el cuidado del
paciente, terapéutico y humano. Esto incluye no tener ningún tipo de relaciones comerciales, como pedir por adelantado".

"En el caso del fallo, pedir por adelantado 3 años y medio y con ese honorario, es casi una relación comercial. Tampoco pueden tenerse vínculos personales
fuera de la relación terapéutica como por ejemplo amistad o relaciones sexuales", señaló Petronacci.

"El cuidado del paciente es el encuentro terapéutico con un encuadre donde está la ética. Tiene que haber una neutralidad, el terapeuta no puede entonces
mantener ni relaciones sexuales, ni amistosas con su paciente. Es una relación asimétrica, terapéutica y de cuidado", dijo.

"Las sesiones en general se pagan cada vez que se tienen o en forma mensual", destacó.

Consultada acerca de cómo darse cuenta si el tratamiento que se sigue es el adecuado o está bien encarado, Petronacci indicó que "hay que confiar en la sensibilidad propia y en cómo uno se va sintiendo. No hay posibilidades de anticiparlo, a veces, se está con un muy buen terapeuta y la terapia no va bien".

Acerca de la duración del tratamiento, Petronacci explicó que "depende de qué línea teórica siga el terapeuta, pero en ningún tratamiento se puede dar por
anticipado, ni siquiera en la clínica médica. Se va viendo a medida que se progresa en el trabajo".

Petronacci, que es experta en niños, indicó a una manera de darse cuenta de cómo va la terapia que lleva a cabo un hijo por ejemplo, es la disposición que ese
chico tiene para ir a terapia.
"El profesional trabaja también con los padres y los padres pueden evaluar cómo se sienten con el tratamiento. Que una persona no adelante en su tratamiento, no depende a veces del mismo, sino de la existencia de ciertas patologías", finalizó.

Un terapeuta fue condenado por daño moral por haber mantenido bajo tratamiento a una mujer durante 30 años. Infobae.com habló con especialistas que alertaron sobre los límites en la práctica profesional.