miércoles, 28 de mayo de 2008

Entre analistas

Varios, pero un mensaje de texto de una colega, me llevó a escribir este pequeño texto.

La transferencia es cuestión de todos los días. Como tribunales para los abogados, los diarios para el diarero, el estetoscopio al cuello para algunos médicos. Nosotros, los analistas, por suerte no la tenemos al cuello, al menos no todo el tiempo. Pero nos la vemos con la transferencia cada vez que un paciente cruza la puerta, cualquiera sea la dirección que lleve, y todo el resto del tiempo que nos dediquemos al psicoanálisis.

Es sabido, para mí, que mis intrépidos lectores no son sólo analistas. La familia sabe hacer bulto en la desolación, también algún que otro desconocido que con el tiempo se ha convertido en amigo, y algún lector silencioso al que le supongo existencia aún sin pruebas de ello. Todos constituyen mi auditorio imaginario.
En honor a ellos, he aceptado que en este espacio no puedo hablar de ciertas cosas sin explicar de qué se trata. Justamente porque se trata de que se queden. Se trata de la transferencia.

La transferencia es (reduccionismos aparte) aquello que une a dos personas con un lazo particular en el que uno le supone algún saber a otro. En virtud de esa suposición, la palabra del otro adquiere valor. En el terreno analítico, el paciente se convierte en tal, cuando comienza a suponerle a su analista cierto saber sobre sí. Entonces le dirige sus preguntas con la esperanza de que éste le responda. Así, analista y paciente se dan cita en transferencia para que este último reedite sus conflictos en análisis, con el fin de resolverlos y por fin no tener que ver más su analista. En criollo sería más o menos así: si un paciente es avaro con su dinero, es probable que tarde o temprano lo sea con su análisis. En la medida en que esto tome cuerpo dentro del tratamiento es que podrá ser tratado.

Bien, aunque no es de ello de lo que quiero hablar en esta oportunidad, sino de la transferencia entre analistas. Bichos raros, muchas veces embadurnados en elucubraciones espiraladas que pueden dejarnos algo solos. La mayor parte del tiempo lo pasamos con los pacientes, que no están con uno sino con quien suponen que están transferencialmente. Cuando vemos a nuestro analista, estamos con el que suponemos que es y fundamentalmente a solas con nuestro inconciente, así que solos.
Por ello y no por casualidad somos fieles practicantes del lazo por transferencia. Nos agrupamos con otros. Otros bichos parecidos. Obviamente no hablo de la familia o los amigos, y mucho menos de la pareja. Maridos de analistas podría ser el gran título de una novela. Este post le quedaría chico.

Vamos, por fin, a lo nuestro. Los grupos de estudio fueron mi tema en otra oportunidad. Hoy pretendo hablar de una célula mucho más pequeña, de un intersticio, un pequeño texto que enlaza y une, una soledad con otra.

En lugar de dedicarme a la escritura, la pintura hubiera sido más oportuna. Las ideas se me presentan en imágenes clarísimas, que una y otra vez me veo obligada al arduo trabajo de traducirlas en palabras. Para colmo, pareciera que nunca alcanza. Bien lo expresaba el dicho.

Química no fue mi materia predilecta. Para ser honesta, era tan abstracto que no lograba comprenderlo. Que paradoja, no? Sin embargo, conservo en la memoria, la imagen de una profesora rezongona, de labios apretados y ceño naturalmente fruncido que, al costo de refunfuños conservaba intacto su deseo de transmisión (les prometo que voy a llegar punto, sigan leyendo). Así, desesperadamente intententaba conquistar las distraídas mentes adolescentes, dándole consistencia a algo tan abstracto como es la composición química de las cosas.
Un día se apareció con una bolsa llena de pelotitas de telgopor. Las sacaba y mostraba de a una, uniéndolas con bastones de madera que se introducían suavemente en cada pieza. Explicaba su extraño accionar con palabras precisas que detallaban cada ecuación representada. Sin embargo yo sólo conservé la imagen. Recuerdo su rostro gesticulando como una película muda. Cada pelota era clavada por varios pallillos y así conectada con otras similares, que a su vez resultaban conectadas entre ellas, conformando una red de múltiples conexiones. Nunca entenderé el mundo de los átomos, pero aquella imagen sorprende mi memoria para explicar las conexiones que nos unen. Pequeños textos de transferencia. Un mensaje de texto pero no cualquiera, un llamado pero no cualquiera. Se hunden en la esfera sólo aquellos que cobren un valor.

La transferencia entre analistas no es sólo suposición de saber al otro, sino suposición de saber al encuentro con el otro. Porque, sabemos bien los analistas, que ningún saber puede ser portado por uno sólo (1). Compartimos un saber que en verdad se sostiene en el intervalo. Se trata de la apuesta, sorpresiva o voluntaria, a lo enriquecedor del encuentro. Allí se teje un texto que se hunde en las esferas de manera tal que no sólo conecta sino que modifica a ambas, convirtiéndolas en parte de una red tan particular que conserva las singularidades, sin abolir los efectos de la pluralidad; en la que justamente se funda el valor de estar con otros. La esfera no deja de estar sola, ni deja de estar unida con otra y otras, en un intervalo fruto de la transferencia.

Para concluir, por fin, no quisiera dejar de compartir una curiosidad. Mientras buscaba la imagen para estos párrafos, ya con el texto escrito, me enteré de que en química la unión de átomos se explica por transferencia de electrones. Además la propiedad más importante del átomo de carbono es su capacidad para formar enlaces.
Tal vez conservé más que las imágenes.

(1) Lacan, J. “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, en Intervenciones y Textos 2. Manantial.