viernes, 14 de septiembre de 2007

La tristeza también es parte

La vida del psicoanalista es mi tema, al menos para este blog. Un tono humorístico para ello es mi modo. En esta oportunidad, no será posible.
El analista no siente cariño por sus pacientes, no fantasea con el futuro de ellos, no sufre por ellos. La persona que lo aloja, en ocasiones, sí.
Se es analista sólo en aquellos momentos en los que la palabra opera sobre el discurso del sujeto (paciente) produciendo algún efecto, que sólo se sabe a posteriori. En todos los demás momentos se es persona, y nada más.
Los pacientes cuentan sus angustias, sus dificultades, hablan, se lastiman y a veces tampoco pueden hablar y también abandonan sus tratamientos. Cuando eso sucede, a la persona – analista sólo le queda aceptarlo y anhelar que encuentre la solución a sus problemas más adelante, retomando con uno o con algún colega que pueda ayudarlo. Contrariamente a lo que suponen los pacientes, los analistas solemos recordar bien a nuestros ex pacientes y en ocasiones nos preguntamos qué será de la vida de ellos. Nos alegra saber si algún colega los ha recibido, o encontrarnos con alguna noticia pública que nos cuente cómo ha continuado su historia. Digamos que tenemos nuestro sutil “cholulismo” profesional, sano, sin consecuencias.
Ahora bien, cuando las noticias no son buenas, también puede embargarnos la pena, la preocupación. A pesar de que no hay nada que podamos hacer. Si la noticia es la peor que pudiéramos recibir, la única irreversible, la menos esperada: la muerte de un joven ex paciente. La tristeza es irremediable, dura, punzante, negra. Sin palabras como la misma muerte lo es. Un vacío tan vacío que resulta inasible.
Un dolor difícil de describir. No era un familiar, no era un amigo, ni siquiera un conocido. En este caso alguien que pidió ayuda hace algún tiempo y luego no pudo aceptarla más y se alejó. Para siempre.