Novela. De Claudia Piñeiro. Editorial Alfaguara. 2007
No soy una gran lectora de novelas, sin embargo no es la primera vez que esta autora me atrapa en sus páginas. Perfectamente hilvanadas con un suspenso que apresura su lectura.
El saber de Elena es un imán que atrae, que por momentos contagia y que estrella al lector con un crudo final que pone en tela de juicio el saber de una madre. De esta madre. De una hija que no pudo ser madre. De otra mujer que no quiso ser madre.
Todo el relato se destaca por su meticulosidad y crudeza. Algunas escenas abusan de ello, obligando a sacrificar ciertas líneas que como una pintura lograda, transmiten una imagen difícil de soportar. Probablemente sería otro escrito si se privara de tales impresiones.
Algunas lecturas sobre Claudia Piñeiro, me han dejado saber que la inspiración de la novela nació en una imagen. Las palabras dispuestas según su lógica singular vuelven a componer aquella imagen cual si fuera un rompecabezas. No hay modo de borrar las suturas de cada pieza y es justamente allí donde el lector encuentra una hiancia para crear su propia imagen.
Cada palabra escrita es un detalle más en la visita que el relato ofrece a la patológica relación que sostienen Elena y Rita, su hija. Una vez allí, no es difícil sentir la rigidez, la falta de aire, la escasa distancia entre ellas.
Un saber que en ocasiones llega a ser tan absoluto que no puede más que rozarse con la muerte. La muerte del deseo. ¿De quién? Basta leer el libro para saberlo.
No soy una gran lectora de novelas, sin embargo no es la primera vez que esta autora me atrapa en sus páginas. Perfectamente hilvanadas con un suspenso que apresura su lectura.
El saber de Elena es un imán que atrae, que por momentos contagia y que estrella al lector con un crudo final que pone en tela de juicio el saber de una madre. De esta madre. De una hija que no pudo ser madre. De otra mujer que no quiso ser madre.
Todo el relato se destaca por su meticulosidad y crudeza. Algunas escenas abusan de ello, obligando a sacrificar ciertas líneas que como una pintura lograda, transmiten una imagen difícil de soportar. Probablemente sería otro escrito si se privara de tales impresiones.
Algunas lecturas sobre Claudia Piñeiro, me han dejado saber que la inspiración de la novela nació en una imagen. Las palabras dispuestas según su lógica singular vuelven a componer aquella imagen cual si fuera un rompecabezas. No hay modo de borrar las suturas de cada pieza y es justamente allí donde el lector encuentra una hiancia para crear su propia imagen.
Cada palabra escrita es un detalle más en la visita que el relato ofrece a la patológica relación que sostienen Elena y Rita, su hija. Una vez allí, no es difícil sentir la rigidez, la falta de aire, la escasa distancia entre ellas.
Un saber que en ocasiones llega a ser tan absoluto que no puede más que rozarse con la muerte. La muerte del deseo. ¿De quién? Basta leer el libro para saberlo.