miércoles, 6 de junio de 2007

Crónica de alguien que no hace lo que quiere.

Supongo que no se llega a hacer lo que uno quiere en línea recta. Como tantos otros, yo también he habitado otras escenas, que sin premeditarlo, me han arrojado allí. Pero siempre desde el mismo lugar: la escritura. Entre viejos y casi abandonados petates, resistió este escrito. Fruto de años pasados, cuando evidentemente no encontraba placer en lo que hacía, salvo cuando escribía.

Un sonido anuncia el comienzo del día, los oídos se hacen los distraídos, pero en la batalla de las agujas gana el deber. Ordena a los ojos la mirada. Luego viene el agua que ayuda un poco en la tarea. Más tarde los vestidos que sirven de disfraz para un buen payaso que cubre con pintura la nada que guarda en su interior.

El transporte da el tiempo suficiente para ultimar los detalles de la careta, antes de rodar la larga función del día. Están aquellos que sólo miran, otros que demandan brillos en la oscuridad y los que ayudan a que la función siga adelante.
Por suerte al mediodía vale no actuar y está permitido derramar una lágrima si fuera necesario para luego poder volver a empezar.

Con maquillaje retocado y nuevo perfume, la función vuelve a empezar por cuatro o cinco horas más, dependiendo de la demanda del público. Hasta que por fin, ellos aceptan que todo acabe por hoy y dejar algunas inquietudes para el día que sigue.
Nuevamente el transporte, que ahora sirve para ir desdibujando aquello que se inventó en la mañana. Aunque nunca es posible quitar todo. Un payaso siempre es un payaso, aún cuando está con quienes lo quieren. Les brinda también un poquito de la función que jugó ese día. Esta vez acepta su ruido y permanece en silencio para revelar completamente su tristeza. Así pasan cuatro cortas horas que luego le dan el pase para dejar caer el disfraz y quitar el maquillaje. Vuelve a programar el sonido para un nuevo amanecer, se acuesta y llora por saber que esa nada es una inmensa tristeza por tener el significado tan lejos de sus manos, por saber que no alcanza con querer. La nada sería todo, solamente si lo quisieran.

(*) Imagen: El payaso Triste (oleo). Manuel Parreño Rivera. Pintor con el Pie (España)

sábado, 2 de junio de 2007

Reuniones de Equipo (entre psicoanalistas...)

Que no todo puede ser dicho es cierto. Ahora que no todo quiera ser dicho es otra cosa. No todo los silencios son para pensar, algunos son para omitir. Se me ocurre que algunos encuentros institucionales descansan sobre esta travesura.

La “reunión de equipo” invita ineludiblemente no sólo a profesionales sino también a las ligaduras institucionales que los convocan. Desde la misma o distintas disciplinas, se reúnen para entretejer alguna cuestión, con la obligada oportunidad de asistir a una variedad de situaciones, reconfortantes y no tanto.

En principio tiene un carácter social. Un encuentro casi siempre semanal con las mismas personas, supone la creación de cierto entramado farandulezco al que me he referido en alguna oportunidad. Hasta allí es apacible y agradable tener una excusa profesional para hablar de las frivolidades de la peluquería, pero dentro de un marco científico. Eso sí, cuando las anécdotas banales le dan lugar al trabajo, se habla de trabajo. Aunque no se apresuren en imaginar un trabajo productivo y enriquecedor. Solo algunas veces el comentario imaginario y el juicio personal colectivo le da paso a la construcción colectiva, que es absolutamente otra cosa.

También suceden otras cosas, que suelen ser las mas oscuras. Por inherente complejidad, pero a veces también por mala intención. Lo institucional como tal, cobra protagonismo con frecuencia y suscita agitados, tensos, pero interesantes debates. Allí no todo debe ser dicho, una palabra de mas podría descubrir tejes y manejes institucionales que nunca debieran ver la luz. No obstante, lo oculto pero evidente suele hacer reflejo y la gente termina por inferirlo (casi como el material latente y manifiesto). Aunque la inferencia no se convierta en dicho necesariamente. A veces sucumbe también a la picardía de la omisión consciente. Por distintos motivos: astucia, obsecuencia, hipocresía, algunas veces también timidez o falta de coraje. Así es como algunos intersticios institucionales gozan de un vivaz entramado oculto que da lugar a escenas cuyo repertorio es determinado no sólo por lo dicho sino también por este bagaje oculto, casi inconciente pero con conciencia. Algunos eligen escribir para desenmascararlo, allá ellos.