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viernes, 25 de abril de 2008

¿Desangustiar?

Fuente: Extracto del artículo de Éric Laurent, titulado "Desangustiar?", en Mental N° 13 de diciembre de 2003, p. 21-23. Traducción: María Inés Negri · Virtualia Revista Digital de la Escuela de Orientación Lacaniana (www.eol.org.ar/virtualia)

Un poco de seriedad... un tema interesante por Eric Laurent. Dejemos hablar a los que saben... NZ.

Una pregunta así no se formula más que a partir del psicoanálisis. La medicina no se la plantea. Va de suyo, en medicina, que el síntoma es al que se trata de hacer desaparecer. La angustia es un síntoma como otro que hay que hacer desaparecer. El psicoanálisis, por una parte, no encara apuntar a la eliminación de los síntomas más que una vez que su función ha sido establecida y por otra parte distingue la función de la angustia de la del síntoma. Plantear la pregunta de desangustiar separa de entrada al psicoanálisis y al tratamiento médico. Para el médico, el psicoanalista enmascara su impotencia bajo una retórica de la función del síntoma. Para nosotros, no se trata solamente de retórica. Es la misma paradoja que encontramos que opera en el acto fallido. Un acto no logra mejor su éxito que en su fracaso. Pero esta proposición no va sin su corrección lógica. La proposición no es recíproca. No basta con fallar en una acción para que sea un acto como tal.

(...)

Si las grandes corrientes post-freudianas divergían respecto de la angustia, se encuentran del mismo lado respecto a una segunda indicación freudiana diferente de la posición médica: no hay que desculpabilizar al sujeto. La posición psicoanalítica se separa así netamente de la que aboga por la desculpabilización del sujeto por razones humanitarias.

¿Por qué no desculpabilizar? No es solamente porque Freud era muy prudente en desbloquear las barreras de la civilización. Es porque se trata de alcanzar por la culpabilidad la división del sujeto. El psicoanálisis constata que el sujeto neurótico es siempre culpable de gozar y de existir, lo que Freud llamó la culpabilidad inconsciente. Freud separaba de este modo psicoanálisis y psicoterapia mientras esta se acercaba al ideal médico, buscando reducir la culpabilidad.

¿Cuál es entonces la alternativa a desangustiar? ¿La angustia no indicaría ella misma un punto crucial para el sujeto? El estatuto particular de la angustia entre los afectos ha sido subrayado por Freud, y Lacan la formuló de manera condensada de la siguiente manera: la angustia es un afecto que no engaña. Guía al sujeto neurótico hacia lo real. Para el sujeto neurótico, si no hubiera angustia, todo no sería más que un teatro de sombras. El sujeto histérico reduce el mundo a sus semblantes y sus intrigas, el obsesivo ve el mundo detrás de un velo. Ambos se encuentran exiliados del sentimiento de la vida.

Si la angustia no engaña, es porque ella plantea la buena pregunta, la del deseo. Uno se angustia cuando no sabe lo que el Otro quiere de nosotros. Es en este sentido que la angustia no es sin objeto. La presencia del Otro como tal está en causa. Lacan vuelve legible las evoluciones de la teoría freudiana de la angustia. Desde los primeros trabajos sobre la neurosis de angustia hasta Inhibición, síntoma y angustia, la angustia es presencia del deseo del Otro como tal.

Desangustiar quiere decir, que se trata a la vez de introducir una pregunta sobre el deseo e interpretar el deseo que está en juego. Algunas orientaciones analíticas destacan la necesidad de una alianza terapéutica con el sujeto bajo el modo de un contrato. La verdadera alianza para Lacan no es la alianza "terapéutica", es la interpretación como tal, que instala la transferencia. Lacan muestra releyendo el caso de Dora y del hombre de las ratas, que Freud interpretaba enseguida, especialmente la angustia. Esta interpretación inaugural es aislada por Lacan como "rectificación subjetiva". En este sentido, "desangustiar" es coherente con la orientación dada en la "Dirección de la cura", texto publicado a comienzos de los años 60. Esta práctica está explícitamente en las antípodas de la orientación annafreudiana.

Desangustiar consiste entonces, en hacer surgir la pregunta por el deseo, pero ¿cómo? Podríamos decir que la vía regia para interpretar el deseo es hacer consistir el síntoma. Se puede tanto más desangustiar cuando se logra hacer consistir al síntoma. A la inversa, cuando el síntoma no consiste, no se llega a poner un punto de capitón a la angustia.

sábado, 8 de marzo de 2008

Un Psicoanalista en el Dentista


Es sabido que los psicoanalistas cuidamos nuestros oídos. Es para nosotros como el auto al taxista. Pero no solamente. Algunos complementos resultan también imprescindibles. La boca, por ejemplo. La palabra es nuestra arma predilecta. Sale por allí, o también por las manos si se trata de escritura.

Es así que cada tanto visitamos a esos locos amantes de explorar bocas ajenas con cierto sadismo sublimado gracias al torno y esa serie de adminículos que van y vienen en el brazo mecánico que siempre los acompaña.

Sin embargo, ese mal trago no es exactamente el tema que hoy justifica mis palabras. Sino la mentada fantasía de que los analistas analizamos todo, todo el tiempo. Fantasía, mito o creencia popular que mayormente no es más que eso. Analizar es nuestro trabajo y como tal, también cansa.

Fuera del consultorio, uno asiste al odontólogo como cualquier perejil. Advertido de la posible espera, acompañado de diversas lecturas, psicoanalíticas claro, para amortizar la espera.
Una vez allí, me recibe una recepcionista maleducada pero por sobre todo desconectada de la escena, más que del teléfono y la enorme cantidad de papeles en el escritorio. No es agradable, pero no conmueve la postura perejil. Me siento, observo, me sumo en la lectura, pretendiendo que no me afecta que en breve, mi boca se llenará de enemigos indeseables.

Suena el teléfono. Es el novio o pareja de la recepcionista. ¿Cómo lo sé? Todos en la sala lo sabemos. Se rompió el lavarropas. Fue el técnico pero no pudo arreglarlo porque alguien cortó el enchufe y se perdió la garantía. Corta. Sigo perejil. Esta vez es ella quien llama. Se trata de su madre. Es para despertarla, la propia madre le había pedido que la llamara para eso. Todos en la sala lo sabemos. Una vez despierta, le cuenta el drama del lavarropas. Ocasionará que la niña grande deba ir a lavar la ropa a la casa de su madre. Allí el dilema: “Voy a tener que ir a tu casa, bah! a mi casa? Todavía es mi casa. Es mi casa”. (Y la conversación con la madre gira en torno a ello). La escucha adormecida y hundida en la lectura también se despierta, pero sin avisar. Mientras la niña recepcionista habla por teléfono, transitan pacientes que fracasan en su intento por restituirla en su función. A nadie más ella puede dirigir siquiera la mirada.
No es que los analistas analicemos todo pero hay cosas que convocan la escucha de un modo tan abrumador que no hay oído analítico que se resista.
Escribo estas líneas en el revés del texto psicoanalítico que estaba leyendo antes de lo de mi casa-tu casa. Está desprolijo, dudo de entender mi letra luego. Termino. Mis ojos vuelven al texto. Me olvido. Y el dentista que no me llama.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El analista, angustia, muerte y escritura

Qué hacemos los analistas con las cosas que nos suceden no es tema nuevo en este espacio, más bien ha sido y continúa siendo su espíritu primigenio.
Por ello y continuando la escritura de la tristeza sigo pensando en los lazos que unen al analista, su angustia y la escritura.

Cada vez que nos preguntamos qué hacer con el sufrimiento del analista estamos hablando de la persona. El analista es un efecto, la persona puede ser su soporte, con todo lo que ello implica. Incluida la angustia, el miedo, la frustración y por qué no también alegría y satisfacción. Todo ello habita al sujeto.

Supongo que sin saber, al decir “escribo sobre lo que nos sucede a los psicoanalistas” me refería más bien a las dificultades, los desaciertos, las incertidumbres y solo cada tanto a las satisfacciones. Probablemente allí esté la clave para entender el título (La Palabra Mata la Cosa). Cuando pueda descubrirlo, prometo compartirlo.
Quienes han transitado la escritura acordarán conmigo en que son los momentos de tristeza los que convocan especialmente a la escritura e imprevistamente los que dan origen a los escritos más preciados.

La Ceguera de Borges es una de las oportunidades en las que asegura su certeza acerca de su destino literario. Aquellas cosas que le sucederían se transformarían en palabras, sobre todo las malas. Simplemente porque la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin[1].
Primo Levi en Entrevista a sí mismo da fe de la simpleza de las palabras del genio literario y dice: “… si no hubiera vivido la estación de Auschwitz, probablemente nunca hubiera escrito nada. No habría tenido motivo…”[2]
La falta es motor y propósito. Es aquello que invita a ser transformado, elaborado, escrito. La escritura, como otras artes que por ahora no domino y por lo tanto solo puedo hablar de escritura, es un modo de transformar la angustia. No para que cese exactamente, sino para que no sea solo eso, angustia.

La muerte al comienzo es sólo angustia. Vacío en exceso. Tan doloroso que desafía con la propia muerte. Y sólo le es dado a conocer su rostro a aquellos que han tenido que enfrentarla. En carne propia o en la de un hijo, que sería prácticamente lo mismo.

Como un compás los días van pasando y con ellos la muerte se va hilvanando como parte de la vida. Sutilmente toma forma de un recuerdo entre tantos otros que habitan la memoria y por lo tanto la vida de cada cual, aunque todavía quema.
La muerte convertida en recuerdo permite moldear sus filos con palabras habladas y escritas, en el mejor de los casos. Increíblemente redondea sus bordes y adquiere una forma mas suave y tolerable. La aspereza del recuerdo arropa el agujero incalculable y la viste de eterna compañera.

Si la vida es sueño porque no también la muerte.


[1] Borges, J. L. Siete Noches. La Ceguera. Emece
[2] Primo Levi. Entrevista a si mismo. Leviatán

Foto: Valle de la Muerte · USA
En diciembre de 1849
, dos grupos procedentes del condado de Gold (USA) se encontraron en el Valle de la Muerte tras perderse de su camino. El grupo de pioneros fue incapaz de encontrar una salida del valle durante varias semanas y se vieron obligados a comer algunas de sus reses para sobrevivir. Encontraron agua fresca en algunas fuentes de la zona y utilizaron la madera de sus carros para cocinar.
Tras abandonar sus carros, el grupo fue capaz de encontrar una salida del valle. Justo en el momento de abandonarlo, una de las mujeres del grupo se giró y dijo: “Adiós, valle de la muerte”, dando al valle el nombre que aún conserva. Curiosamente, sólo uno de los miembros de la expedición falleció en el Valle de la Muerte; se trataba de un anciano.

viernes, 14 de septiembre de 2007

La tristeza también es parte

La vida del psicoanalista es mi tema, al menos para este blog. Un tono humorístico para ello es mi modo. En esta oportunidad, no será posible.
El analista no siente cariño por sus pacientes, no fantasea con el futuro de ellos, no sufre por ellos. La persona que lo aloja, en ocasiones, sí.
Se es analista sólo en aquellos momentos en los que la palabra opera sobre el discurso del sujeto (paciente) produciendo algún efecto, que sólo se sabe a posteriori. En todos los demás momentos se es persona, y nada más.
Los pacientes cuentan sus angustias, sus dificultades, hablan, se lastiman y a veces tampoco pueden hablar y también abandonan sus tratamientos. Cuando eso sucede, a la persona – analista sólo le queda aceptarlo y anhelar que encuentre la solución a sus problemas más adelante, retomando con uno o con algún colega que pueda ayudarlo. Contrariamente a lo que suponen los pacientes, los analistas solemos recordar bien a nuestros ex pacientes y en ocasiones nos preguntamos qué será de la vida de ellos. Nos alegra saber si algún colega los ha recibido, o encontrarnos con alguna noticia pública que nos cuente cómo ha continuado su historia. Digamos que tenemos nuestro sutil “cholulismo” profesional, sano, sin consecuencias.
Ahora bien, cuando las noticias no son buenas, también puede embargarnos la pena, la preocupación. A pesar de que no hay nada que podamos hacer. Si la noticia es la peor que pudiéramos recibir, la única irreversible, la menos esperada: la muerte de un joven ex paciente. La tristeza es irremediable, dura, punzante, negra. Sin palabras como la misma muerte lo es. Un vacío tan vacío que resulta inasible.
Un dolor difícil de describir. No era un familiar, no era un amigo, ni siquiera un conocido. En este caso alguien que pidió ayuda hace algún tiempo y luego no pudo aceptarla más y se alejó. Para siempre.

viernes, 27 de julio de 2007

Mi Enseñanza · Autor: Jacques Lacan

Editorial Paidos. Año 2006

El lugar, lo que hay y lo que fue

Este libro alberga, representa con su simple existencia, una de las grandes paradojas del psicoanálisis, al menos en mi humilde entender. Será por ello, que compone la colección “Paradojas de Lacan”? No creo.

Lacan fue un gran creador de escenas, interesantes, ricas, sarcásticas, enigmáticas; también de teorías, muy útiles por cierto.
Se ha ocupado en extenso de la cuestión del padre como concepto. De la posición ante él. De su muerte simbólica o no. Con ello (y con algunas cosas más) ha convocado el interés de miles de psicoanalistas en el mundo. Que lo han tomado como padre, como garante, no sé. Si esto fuera así, entonces no podríamos negar la paradoja. Estudiamos y nos analizamos para aceptar que no hay tal Padre y sin embargo colgamos su foto en el consultorio. No es que lo diga yo, es él (señalando su retrato). O bien, le hacemos escribir aquello que no escribió, que dijo y se olvidó.

En “Mi Enseñanza” título irónico por cierto, se lee alguien que habla. Le habla a otros en tres oportunidades recortadas en la publicación que me habita. La primera en un asilo en Lyon, que es seguido por un diálogo con el filósofo Henri Maldiney. Luego vierte sus palabras para internos de psiquiatría, en Burdeos y más tarde en la Facultad de Medicina de Estrasburgo.

Me place transcribir algunos de sus dichos.

“… Si hay gente que se alista en este asunto infernal que consiste en ir a ver un tipo tres veces por semana durante años, es porque, pese a todo, la cosa tiene en sí cierto interés…”

“… En efecto, mi enseñanza es simplemente el lenguaje, absolutamente ninguna otra cosa…”

“… Es muy raro que algo que se hace en la Universidad pueda tener consecuencias, puesto que la Universidad está hecha para que el pensamiento nunca tenga consecuencias…”

“… Ellos se preguntan por qué mis Escritos se han vendido. Yo soy amable, cuando un periodista me pregunta esto, me pongo en su lugar, le digo -Estoy como usted, no sé-..."

“… Al final es preciso que el analista sepa él mismo eliminarse de este diálogo como algo que cae, y que cae para siempre…”

Ahora, luego de transcribir las citas, he pensado que si hay alguien que ha dicho cosas interesantes en diversas oportunidades y no las ha plasmado en escritos, editarlos eventualmente resulte productivo.
Si es así, es probable que el título del libro me haya despertado un pensamiento que me topo cada vez que me encuentro con escritos de aquellos que cuelgan el cuadro de su Padre en el consultorio.

sábado, 2 de junio de 2007

Reuniones de Equipo (entre psicoanalistas...)

Que no todo puede ser dicho es cierto. Ahora que no todo quiera ser dicho es otra cosa. No todo los silencios son para pensar, algunos son para omitir. Se me ocurre que algunos encuentros institucionales descansan sobre esta travesura.

La “reunión de equipo” invita ineludiblemente no sólo a profesionales sino también a las ligaduras institucionales que los convocan. Desde la misma o distintas disciplinas, se reúnen para entretejer alguna cuestión, con la obligada oportunidad de asistir a una variedad de situaciones, reconfortantes y no tanto.

En principio tiene un carácter social. Un encuentro casi siempre semanal con las mismas personas, supone la creación de cierto entramado farandulezco al que me he referido en alguna oportunidad. Hasta allí es apacible y agradable tener una excusa profesional para hablar de las frivolidades de la peluquería, pero dentro de un marco científico. Eso sí, cuando las anécdotas banales le dan lugar al trabajo, se habla de trabajo. Aunque no se apresuren en imaginar un trabajo productivo y enriquecedor. Solo algunas veces el comentario imaginario y el juicio personal colectivo le da paso a la construcción colectiva, que es absolutamente otra cosa.

También suceden otras cosas, que suelen ser las mas oscuras. Por inherente complejidad, pero a veces también por mala intención. Lo institucional como tal, cobra protagonismo con frecuencia y suscita agitados, tensos, pero interesantes debates. Allí no todo debe ser dicho, una palabra de mas podría descubrir tejes y manejes institucionales que nunca debieran ver la luz. No obstante, lo oculto pero evidente suele hacer reflejo y la gente termina por inferirlo (casi como el material latente y manifiesto). Aunque la inferencia no se convierta en dicho necesariamente. A veces sucumbe también a la picardía de la omisión consciente. Por distintos motivos: astucia, obsecuencia, hipocresía, algunas veces también timidez o falta de coraje. Así es como algunos intersticios institucionales gozan de un vivaz entramado oculto que da lugar a escenas cuyo repertorio es determinado no sólo por lo dicho sino también por este bagaje oculto, casi inconciente pero con conciencia. Algunos eligen escribir para desenmascararlo, allá ellos.

sábado, 26 de mayo de 2007

Escribo porque no lo puedo evitar.

Leyendo otras razones, me topé con una pregunta cual si retornara de lo real: y yo, por qué escribo?
El aire se detuvo, la mirada fija en la pantalla, millones de razones rodaban por mi cabeza. No era ninguna y eran todas al mismo tiempo. Más tarde, afortunadamente sucedió. Sobrevino la precipitada necesidad de la palabra de ser escrita. Y simplemente la dejé. Viene cuando uno no sabe. Exige bajo amenaza de retirarse, para siempre tal vez. Quién lo sabe. Lo mejor resulta de la entrega al empuje irremediable de que lo que tiene que salir, salga. Y bien, aquí estoy, mediando entre la palabra pensada y expresada.

Qué es lo que pugna por salir? Sencillamente esto. Lo que se lee. Un primer escrito que no lo es, pero que de algún modo sí. Que inaugura y habilita el paso a otros escritos. Mi tránsito no puede ser sin escritura. No puedo evitarlo.

Por ello escribir sobre la cotidianeidad de los psicoanalistas, en esta oportunidad, es una manera de representar mi realidad. Es un intento de entenderla, un deseo, un anhelo, un obstáculo. Por qué? porque la palabra escrita opera distinto. Produce una vuelta más, que normalmente es positiva. Y supongo que tiene principio pero no final.
La letra es un más allá, no calculable. Una vez que está escrito pierde pertenencia, incluso intimidad. Quienes la tomen harán de ella lo que les plazca. Y saben qué? todo eso hace la historia más liviana.

Supongo también que este escrito aún no esta terminado, no obstante este espacio es mi borrador compartido.

sábado, 12 de mayo de 2007

Todo el mundo cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los únicos que no lo saben.
Los psicoanalistas no dicen en absoluto lo que saben, pero lo dan a entender.

Jacques Lacan

jueves, 26 de abril de 2007

Impactante e interesante video sobre Anorexia...

¿Qué es la distorsión de la imagen corporal?
Un video lo explica sin decir una sola palabra. Y nos deja ante la evidencia más explícita: semejante diferencia entre la realidad y la mirada resulta posible gracias a que la imagen corporal no es más que una construcción psíquica. Al igual que todo el universo restante.

Desconozco los fines específicos con los que fue creado el video, ni la población para la que fue ideado. Esa cuestión nos llevaría al debate acerca de las campañas publicitarias para este tipo de afecciones. Si éstas deben recurrir o no al impacto, al golpe bajo. Si es preciso llegar hasta allí para crear conciencia popular. Sigue abierto el debate.


Fuente: www.abkontakt.se
La página pertenece a una Institución de Estocolmo (Suecia) dedicada a Anorexia y Bulimia.

martes, 24 de abril de 2007

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre"

Volver a un Hogar.
Interesante Programa para Pacientes "manicomializados".

Fuente: Lorena Oliva, LA NACION.
Contacto
Hospital José Esteves
4298-1931/0091/0093


El neuropsiquiátrico Esteves solventa y monitorea un programa que permite que determinadas pacientes hoy vivan fuera del hospital, juntas o con sus parientes.

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre". Esta frase, enunciada por un profesional de la salud mental, sintetiza el triste destino de quienes, una vez superada la crisis que derivó en su internación, permanecen en el hospital sencillamente porque no tienen adónde ir.

Las pacientes del Hospital Neuropsiquiátrico José A. Esteves, en Temperley, no son la excepción en este sentido. Por eso un equipo de profesionales de la institución viene desarrollando, desde fines de 1999, el Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA), comprometidos con una realidad que denuncia que entre el veinte y el sesenta por ciento de la población de los hospitales neuropsiquiátricos permanece internada por falta de contención social.

Inspirado en experiencias extranjeras, como la de Italia, donde los hospitales mentales, tal y como aquí se los concibe, dejaron de existir hace décadas, el PREA cuenta con la financiación del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires. Pretende ni más ni menos que la desmanicomialización de aquellas pacientes que cuentan con el alta de internación, pero no poseen los medios económicos o
afectivos para irse. ¿De qué manera? Facilitándoselos.

"Cuando nuestro equipo médico evalúa que una paciente tiene potencial para formar parte del programa, porque ya se encuentra compensada y no tiene sentido continuar con su internación, se le hace firmar un contrato de admisión por el que se compromete a trabajar por su externación. Esto significa, básicamente, asistir a una serie de talleres donde se la prepara para el afuera", explica Patricia Esmerado, psiquiatra y directora del PREA.

Luego de este proceso, que se extiende durante meses, a las mujeres que logran su externación las espera una casa -alquilada y solventada por el hospital Esteves- en la que podrán vivir junto con otras compañeras el tiempo que necesiten. Incluso por el resto de su vida.

REDESCUBRIR EL AFUERA

Desde su puesta en funcionamiento, en 1999, hasta la actualidad, cerca de sesenta mujeres, distribuidas en doce casas, han podido revincularse con el afuera: obtener un trabajo, ir a la escuela, descubrir vocaciones ocultas, retomar la relación con la familia, sentir la calidez de un hogar, y hasta casarse y tener hijos.

En Adrogué, la casa de Angie, de 51 años; Ema, de 52; Dora, de 55; Graciela, de 55, y a la que próximamente se sumará Estela, de 59, fue la primera en habilitarse allá por el año 2000. En ella sobran historias que demuestran cuán valiosa ha sido esta segunda oportunidad en la vida de sus habitantes.

Hace dos años, para el Día de la Madre, Dora recibió el primer llamado del hijo que le habían arrebatado cuando nació y que hoy es un gendarme de 38 años, casado y con cuatro hijos. Deseosa de tener una relación más fluida con él, Dora lucha por superar ese duro pasado que todavía le oprime el corazón, mientras cursa el cuarto grado de la escuela primaria. "Ahora que aprendí a escribir, me encantaría poder
mandarle una carta, pero no sé su dirección", se lamenta Dora, seguida por la mirada atenta de Angie, su "maestrita dulce".

"Yo la ayudo con la tarea, a pensar oraciones, a hacer las cuentas", explica Angie, una de las indudables referentes del grupo. Angie estuvo internada durante dos años y medio. Por entonces estudiante universitaria de Ciencias de la Educación, puede adivinarse que su trabajo como bibliotecaria en el hospital, así como la concurrencia a diferentes talleres funcionaron como una suerte de salvavidas allí
donde todo parecía haberse hundido. En el taller literario de Néstor Costa conoció a Ema y se hicieron inseparables.

Ema recuerda que, durante los siete años en los que permaneció internada, todas las noches repetía a modo de rezo: no me quiero morir acá. "Cuando estás durante varios años en una institución, vas perdiendo tu capacidad para autodirigirte. Te van tronchando tu libertad. A las 7 de la mañana te levantan, después te bañan, el
desayuno, el almuerzo, la siesta todo está pautado y una no puede decidir nada", se lamenta esta coqueta mujer, apasionada por la literatura, que pronto editará su primer libro: Latigazos de luna.

VALERSE POR SI MISMAS

Aún en la institución, cuando las pacientes comienzan a formar parte del PREA deben asistir a una serie de talleres que busca, justamente, evitar que, ya externadas, se encuentren en el mundo exterior con una vida que no saben manejar. En la mayoría de los casos se trata de mujeres que han estado más de cinco años internadas. Y la falta de contacto con el mundo exterior, obviamente, tiene sus secuelas. "Lo
que se busca es que estas mujeres logren reconstruir esa subjetividad que fueron perdiendo al formar parte de una institución en la que todo, desde el horario para el desayuno hasta la ropa que se ponen y la medicación que toman, es decidido por otros", ejemplifica Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves.

Excepto por la visita periódica de un equipo interdisciplinario que supervisa y contiene en caso de eventuales problemas, de ahí en más la vida de estas mujeres se parece bastante -y cada vez más- a la de cualquier persona que se las cruce por la calle. De hecho, el mecanismo de funcionamiento de la casa de Adrogué parece tan bien
aceitado, que difícilmente alguien podría adivinar en qué circunstancias se conocieron estas cuatro mujeres.

Sentadas alrededor de la mesa del comedor, en un clima de cordialidad y respeto, cuentan cómo es un día en sus vidas: mientras que Angie y Ema reparten sus horas entre el trabajo y la terapia, Dora y Graciela se organizan entre la escuela, los quehaceres domésticos y la continuidad del tratamiento en el Centro Comunitario Libremente, un espacio cultural abierto a la comunidad que, a la vez, sirve de punto
de encuentro entre pacientes y terapeutas.

Ainstein informa que el total de plazas disponibles del hospital (1020) está siempre cubierto.

-¿Cuántas de estas mujeres son potenciales usuarias del PREA?
-En estos momentos tenemos a unas veinte en la primera etapa del programa. Además, calculamos que otras ciento veinte podrían ir incorporándose en forma progresiva.

Además del PREA, el hospital Esteves desarrolla otro programa llamado Vuelta a Casa , focalizado en las pacientes que sí cuentan con un entorno familiar dispuesto a recibirlas, que ya ha favorecido a más de cien casos. "Se trata de un subsidio que busca favorecer los medios para que alguien, tal vez un pariente, pueda acompañarlas hasta que adquieran seguridad y autonomía", explica Esmerado.

Pero por diversas causas, un sector de la población del Esteves no podrá participar de ninguno de los dos programas. Ya sea porque padecen patologías severas, o porque han envejecido dentro de esas cuatro paredes, unas quinientas mujeres no pudieron -ni podrán- superar los efectos de la llamada manicomialización : un sistema que,
a todas luces, ha demostrado no ser lo más efectivo en numerosos casos.

Tal vez iniciativas como el PREA permitan albergar la esperanza de un futuro donde la atención de la salud mental se valga de mecanismos más humanizados. Y sin muros.

MIEDO POR DESINFORMACIÓN

Es probable que los hospitales psiquiátricos colaboren bastante con la mala fama que la locura sigue teniendo en la sociedad. Según Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves, la manera en que la sociedad encara este tipo de trastornos poco ha cambiado a pesar del paso del tiempo. "El miedo a la locura continúa vigente, y en su persistencia tiene mucho que ver la desinformación", explica.

miércoles, 4 de abril de 2007

¡Las cosas que uno tiene que soportar “en nombre de la transferencia”!

La transferencia es ese mecanismo por el cual se repiten con la persona del analista, y todas las situaciones que rodean al tratamiento, fenómenos que originariamente pertenecen a la vida del paciente (1). El mismo representa en transferencia un trozo importante de su vida que de otro modo sólo hubiese descrito insuficientemente (2).
Sabemos así, los analistas, que no se trata de nosotros mismos sino que presta uno allí su persona, para la compulsión repetidora más descarnada.

La escena psi, hipócrita en muchos casos, dice que el analista nunca pierde la calma frente a estos fenómenos. O mejor dicho, se dice que sí la pierde, pero nunca se explica bien cómo. Sin duda esta fría imparcialidad es cierta en un importante número de ocasiones, de otro modo nuestra profesión sería un infierno.

Ahora bien, esta suerte de ira ocasional del analista dependería en gran medida de la intensidad de la transferencia que tenga que soportar y del grado de agresividad que ésta conlleve. No quiero decir con ello que el analista responda siempre echando a los pacientes de este estilo transferencial, a patadas. Probablemente en muchas ocasiones logre controlar sus impulsos más bajos. Pero, siente o no siente bronca, se siente o no concernido?!

Hace muy poco me tocó soportar una de estas transferencias negativas. Despectivas, para ser más exacta. Allí, en la peor de las situaciones: la madre de un pequeño paciente.
Los padres tienen esa particular inclusión en los bordes (el tratamiento es para sus hijos, jamás para ellos), que me lleva a pensar en la poquísima luz que le queda al analista para operar sobre las transferencias. Bordes en los que -si se gestaran tensiones irrecuperables- terminarían marcando el destino del tratamiento, sin más.

Por cuestiones seguramente especulares de diversa índole, esta analista no le sentó a esta mamá desde un principio. No así a su hijo, que acudía con una sonrisa y reía casi permanentemente. Risa que trascendía las paredes del consultorio, tras las cuales, su madre, cercana, acrecentaba su fastidio.
“Casualmente” no era posible identificar un síntoma en el paciente, sí en su madre y de diverso tipo. Muy poco tiempo después y en medio de la sala de espera, esta singular mamá sanciona el final del tratamiento. Utilizando un rodeo histérico interesante: el final no era porque ella lo decretaba sino porque “ya sabía” por otro profesional del equipo que el tratamiento terminaría ese día, por decisión mía, claro está.
Intento de inclusión mediante (en el consultorio mínimamente) esta mamá se ocupó de cerrar todas las puertas (menos la del consultorio) ya que allí dentro se desvanecía la figuración de que era la analista quien ponía punto final al tratamiento.
Acto seguido (ahora sí, a puertas cerradas) tuvo lugar la entrevista con el pequeño paciente. Digamos que la sesión fue un sinfín de variadas situaciones escolares en las que “era dejado de lado”. Una pintura perfecta de la idea de que el niño con su síntoma habla de una verdad, de la verdad de la escena en este caso.
Conversaciones telefónicas imposibilitadas por fuertes agresiones transferenciales hacen hasta ahora imposible la continuidad del tratamiento, al menos por el momento.

Cabe destacar que he desfigurado algunos datos del historial para que el material no pueda ser reconocido. Con el mismo criterio no he reproducido el calibre de las agresiones. No obstante ubiquen -sin vacilar- la justificación de la ira del analista en las omitidas palabras.

Las cuestiones éticas podrían resultar un tema para otro escrito. En ese caso, la pregunta sería: cuáles son los límites que indican qué cosas podría soportar el analista por el bien de la cura, y cuáles no, tal vez en nombre del mismo fin. Brevemente se me ocurre que dependería de cada paciente y de cada analista. Ello abre un debate para otra oportunidad, o para quienes gusten de retomarlo en virtud de este escrito.

Ahora bien, el analista se siente concernido? Y por ello, experimenta o no, sentimientos especulares? Supongo que en los casos en los que la agresividad supera los límites tolerables, por supuesto que sí! El tema es qué hace con ello. Pienso que en algunos casos, no logra evitar la ira y seguramente responde de la peor manera posible (de esta alternativa, se habla poco y nada); o bien hace alguna otra cosa con aquello que ha sentido. Por ejemplo, escribe. Qué más sería este escrito sino un modo de tramitación de una enorme molestia vivida “en nombre de la transferencia”.
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(1) Freud, S. “Recordar, repetir y reelaborar”.
(2) Freud, S. “La Técnica Psicoanalítica”

viernes, 24 de noviembre de 2006

Muertes por anorexia. ¡Cuántas cosas se dicen!

El éxito es de las flacas, la cultura light, el triunfo asociado a la belleza, la publicidad asesina, el ser solo por el yogur, los empresarios que sólo las quieren flacas, es una enfermedad incurable o peor: que sólo se cura en una Asociación de Lucha?! etc., etc.

Podría inundar este espacio con una lista interminable de cosas vistas, leídas y oídas estos últimos días, pero no creo que sea necesario.

Propongo en estas líneas un interrogante al respecto. Frente a tanta especulación sin sentido (o con demasiado sentido) en los medios de comunicación, dónde estamos los psicoanalistas, qué responsabilidad nos cabe en semejantes mensajes inexactos.

Una primera respuesta me surge, como si escuchara a muchos de mis colegas diciéndome: los psicoanalistas no tenemos por qué responder a la necesidad constante de respuestas inmediatas. El discurso analítico se extrae de la lógica capitalista y pensado desde allí, se explica y justifica nuestra no respuesta.

Ahora bien, me pregunto: la diferenciación de dicho discurso es abstenerse de decir? No quedaría en la misma línea del silencio absoluto con el paciente, como interpretación absurda de la abstinencia del analista?
Me pregunto si no habrá algún modo de decir, que sostenga y dignifique esa extracción.