sábado, 26 de abril de 2008

Elena sabe

Novela. De Claudia Piñeiro. Editorial Alfaguara. 2007

No soy una gran lectora de novelas, sin embargo no es la primera vez que esta autora me atrapa en sus páginas. Perfectamente hilvanadas con un suspenso que apresura su lectura.

El saber de Elena es un imán que atrae, que por momentos contagia y que estrella al lector con un crudo final que pone en tela de juicio el saber de una madre. De esta madre. De una hija que no pudo ser madre. De otra mujer que no quiso ser madre.

Todo el relato se destaca por su meticulosidad y crudeza. Algunas escenas abusan de ello, obligando a sacrificar ciertas líneas que como una pintura lograda, transmiten una imagen difícil de soportar. Probablemente sería otro escrito si se privara de tales impresiones.
Algunas lecturas sobre Claudia Piñeiro, me han dejado saber que la inspiración de la novela nació en una imagen. Las palabras dispuestas según su lógica singular vuelven a componer aquella imagen cual si fuera un rompecabezas. No hay modo de borrar las suturas de cada pieza y es justamente allí donde el lector encuentra una hiancia para crear su propia imagen.

Cada palabra escrita es un detalle más en la visita que el relato ofrece a la patológica relación que sostienen Elena y Rita, su hija. Una vez allí, no es difícil sentir la rigidez, la falta de aire, la escasa distancia entre ellas.
Un saber que en ocasiones llega a ser tan absoluto que no puede más que rozarse con la muerte. La muerte del deseo. ¿De quién? Basta leer el libro para saberlo.

viernes, 25 de abril de 2008

¿Desangustiar?

Fuente: Extracto del artículo de Éric Laurent, titulado "Desangustiar?", en Mental N° 13 de diciembre de 2003, p. 21-23. Traducción: María Inés Negri · Virtualia Revista Digital de la Escuela de Orientación Lacaniana (www.eol.org.ar/virtualia)

Un poco de seriedad... un tema interesante por Eric Laurent. Dejemos hablar a los que saben... NZ.

Una pregunta así no se formula más que a partir del psicoanálisis. La medicina no se la plantea. Va de suyo, en medicina, que el síntoma es al que se trata de hacer desaparecer. La angustia es un síntoma como otro que hay que hacer desaparecer. El psicoanálisis, por una parte, no encara apuntar a la eliminación de los síntomas más que una vez que su función ha sido establecida y por otra parte distingue la función de la angustia de la del síntoma. Plantear la pregunta de desangustiar separa de entrada al psicoanálisis y al tratamiento médico. Para el médico, el psicoanalista enmascara su impotencia bajo una retórica de la función del síntoma. Para nosotros, no se trata solamente de retórica. Es la misma paradoja que encontramos que opera en el acto fallido. Un acto no logra mejor su éxito que en su fracaso. Pero esta proposición no va sin su corrección lógica. La proposición no es recíproca. No basta con fallar en una acción para que sea un acto como tal.

(...)

Si las grandes corrientes post-freudianas divergían respecto de la angustia, se encuentran del mismo lado respecto a una segunda indicación freudiana diferente de la posición médica: no hay que desculpabilizar al sujeto. La posición psicoanalítica se separa así netamente de la que aboga por la desculpabilización del sujeto por razones humanitarias.

¿Por qué no desculpabilizar? No es solamente porque Freud era muy prudente en desbloquear las barreras de la civilización. Es porque se trata de alcanzar por la culpabilidad la división del sujeto. El psicoanálisis constata que el sujeto neurótico es siempre culpable de gozar y de existir, lo que Freud llamó la culpabilidad inconsciente. Freud separaba de este modo psicoanálisis y psicoterapia mientras esta se acercaba al ideal médico, buscando reducir la culpabilidad.

¿Cuál es entonces la alternativa a desangustiar? ¿La angustia no indicaría ella misma un punto crucial para el sujeto? El estatuto particular de la angustia entre los afectos ha sido subrayado por Freud, y Lacan la formuló de manera condensada de la siguiente manera: la angustia es un afecto que no engaña. Guía al sujeto neurótico hacia lo real. Para el sujeto neurótico, si no hubiera angustia, todo no sería más que un teatro de sombras. El sujeto histérico reduce el mundo a sus semblantes y sus intrigas, el obsesivo ve el mundo detrás de un velo. Ambos se encuentran exiliados del sentimiento de la vida.

Si la angustia no engaña, es porque ella plantea la buena pregunta, la del deseo. Uno se angustia cuando no sabe lo que el Otro quiere de nosotros. Es en este sentido que la angustia no es sin objeto. La presencia del Otro como tal está en causa. Lacan vuelve legible las evoluciones de la teoría freudiana de la angustia. Desde los primeros trabajos sobre la neurosis de angustia hasta Inhibición, síntoma y angustia, la angustia es presencia del deseo del Otro como tal.

Desangustiar quiere decir, que se trata a la vez de introducir una pregunta sobre el deseo e interpretar el deseo que está en juego. Algunas orientaciones analíticas destacan la necesidad de una alianza terapéutica con el sujeto bajo el modo de un contrato. La verdadera alianza para Lacan no es la alianza "terapéutica", es la interpretación como tal, que instala la transferencia. Lacan muestra releyendo el caso de Dora y del hombre de las ratas, que Freud interpretaba enseguida, especialmente la angustia. Esta interpretación inaugural es aislada por Lacan como "rectificación subjetiva". En este sentido, "desangustiar" es coherente con la orientación dada en la "Dirección de la cura", texto publicado a comienzos de los años 60. Esta práctica está explícitamente en las antípodas de la orientación annafreudiana.

Desangustiar consiste entonces, en hacer surgir la pregunta por el deseo, pero ¿cómo? Podríamos decir que la vía regia para interpretar el deseo es hacer consistir el síntoma. Se puede tanto más desangustiar cuando se logra hacer consistir al síntoma. A la inversa, cuando el síntoma no consiste, no se llega a poner un punto de capitón a la angustia.

viernes, 11 de abril de 2008

Los Congresos, la cuna del saber.

A decir verdad, los Congresos (de Salud Mental que son los que conozco) son un bello collage. Digamos que suele ser una florida combinación de adornos interesantes con algún saber que también circula, aunque casi con la seguridad de que no será lo principal. No obstante, hay Congreso sólo en la combinación.

Si el saber no es lo esencial, entonces de qué se trata tanto profesional junto, con bolsitos uniformados y etiquetas colgadas, dando vueltas por al menos dos días, en los alrededores de un hotel? Imagino se preguntará el lector desprevenido.
Sin lugar a dudas, se trata de un punto de encuentro; con todas sus vicisitudes, desencuentro incluido.
Una oportunidad de contacto con colegas que no comparten la cotidianidad o bien, si la comparten, poder tropezarse en un escenario diferente.
Ahora bien, para encontrarse siempre tiene que haber una excusa; en los Congresos son variadas. Pueblan una sala y algunos pasillos, distintos stands de oferta psicofarmacológica. Visitados por un sector de los asistentes e ignorados por algún grupo de psicoanalistas que también pasean por allí, tal vez en busca de lapiceras. Estos últimos prefieren otros mostradores colmados de libros, atendidos por personajes muy representativos para la ocasión. No faltan los pequeños folletos de revistas, nuevas y viejas instituciones, softwares especialmente diseñados para categorizar pacientes, etc. Kiosco no hay, café tampoco, en este oportunidad.

La propaganda es un modo de darse a conocer y esto no es privativo de los pasillos del Congreso, también ocupa sus auditorios. Allí, la diversidad fue la constante. Hubo habladurías que no son más de lo mismo. Vuelta a repetir lo ya escuchado una y mil veces, esta vez del mismo modo.
No es menos cierto también, que en el afán de darse a conocer se comenten algunos asesinatos. De la enunciación, por ejemplo. Entonces, uno se encuentra con mesas basadas en relatos de actividades sin el más mínimo análisis. Una mera descripción de tareas: “hacemos todo esto, miren qué bien!”.
Por suerte, justamente porque hay un poco de cada cosa. También hubo mesas sumamente interesantes. Que no sólo se daban a conocer sino que también lograban transmitir una visión singular. En algunos casos sorprendentemente novedosa sobre temas de particular interés para la salud mental. El futuro del psicoanálisis, por ejemplo; el padre desde una mirada cinematográfica, los embrollos del lenguaje, la locura (ni psicosis, ni neurosis), etc.
También hubo mesas que sin duda hubieran sido muy interesantes si no fuera por la ausencia inesperada de su protagonista. Una verdadera pena.
Volviendo al punto de encuentro, ahora con la propaganda, no resulta alocado pensar que se trata de darnos a conocer. Exponer es exponerse. Escuchar es acercarse a un encuentro. La solitaria tarea de la asistencia no es sin el tendido de redes que la sostienen. Que se arman también, por qué no, en lugares como este.

Lo genial puede estar hecho de deshechos...

"...Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo..."

Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De dios que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche, la incapacidad de leerlos..."

Borges. La Ceguera

Es genial, sencillamente eso y no precisa traducciones.

viernes, 4 de abril de 2008

En los albores de una presentación.

El tiempo es una de las cosas de las que se puede carecer antes de una presentación. La semana previa al Congreso de Salud Mental, tracé las primeras palabras de este texto, con la ilusión de poder terminarlo antes de la presentación y según la lógica de mi cronología, publicarlo antes de ella. No fue posible. Aquí está, un texto de un tiempo anterior, publicado después.

Hay quienes dicen que se trata de sostener cierta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Es así que no puedo más que caer presa de de mis propias palabras (que para colmo han sido escritas), cada vez que me arriesgo a protagonizar una presentación. Quien no comprenda de lo que hablo puede visitar ¿Por qué los psicoanalistas leemos cuando presentamos?

Inmersa en el trabajo de la presentación, me respondo aquel interrogante sin titubear: ¡es más fácil! La enunciación de la escritura es reproducida literalmente en la lectura. En cambio, cuando uno se dispone a hablar sobre el escrito, se ve obligado a producir un nuevo decir que se sustenta en él, pero que al mismo tiempo se desprende. Dos creaciones diferentes, en tiempos distintos. No digo que una cosa sea mala y la otra buena, sencillamente son operaciones diferentes.

Sentarse en la mesa de tal o cual Congreso y exponer(se) no es una tarea sencilla, aunque puede ser muy placentera. Habrá sido necesario atravesar diferentes momentos, que según indica mi ideal, deben ir recortándose proporcionalmente a los años de experiencia y la cantidad de presentaciones realizadas.

Los momentos serían algo así:

El deseo de presentar: hay un deseo de participar activamente. Ganas de escuchar, pero también de ser escuchado, de transmitir con la palabra, no sólo escrita.
El advenimiento de la idea: con el deseo en el haber, en un momento inesperado, de pronto, surge una idea que ya no podrá ser otra.
El impulso de hacerlo: la idea viene acompañada del impulso. Ahora que se cuenta con ella, no compartirla sería pura inhibición. Hay algo para decir que puede resultar interesante. A esta altura ya es una decisión. Hay cosas de las que no se puede retroceder.
El proceso de escritura: sin duda se trata del momento de mayor complejidad y angustia. Se suscitan diversos momentos que se suceden entre sí, una y otra vez, vuelven a comenzar, tal vez hasta que el escrito pueda soltarse.
Nada más gráfico que las palabras:

“Esto que se me ocurrió está bueno, es una idea original”

(Tal vez en el mismo día un poco más tarde)
“Es un desastre, no le puede interesar a nadie”

“Este escrito no va para ningún lado, pero no queda otra ya está escrito, quienes lo lean me dirán”
(allí un resto de esperanza de que la propia percepción pueda estar equivocada.)

“Si, está bueno, pero podría estar mejor”

“Ya no hay nada que hacer, la fecha de entrega llegó, tal vez les gusta, después de todo está bastante bien”

Enviar el trabajo: este acto es uno de los más placenteros. Soltar el escrito. Es lo que es. No será ni más ni menos. Una suerte de relajación. Ya está.
Un tiempo del olvido: entre la entrega del texto y la presentación suele haber un tiempo, un mes por ejemplo. Son días que transcurren como si nunca se hubiera escrito nada. La tensión pasó, no hay por qué preocuparse. La presentación aún está lejos.
La cercanía de la fecha de presentación: no era una fantasía. Hay un escrito que lleva mi nombre y me espera en una mesa, junto con otros colegas para que hable de él. Retorno de la tensión, las fantasías del momento de la escritura vuelven a dar una vuelta por la cabeza.
El nuevo encuentro con el texto: lo vuelvo a leer, es como si no fuera mío. Hay cosas que ni recordaba, algunas muy interesantes, otras no sé. Se trata de producir un nuevo ordenamiento que posibilite un decir que sólo se producirá en el momento de la presentación y se extinguirá apenas termine. El deseo es dejar pequeños restos que ojalá sean recogidos por quienes se hayan dispuesto a la escucha.
Me dispongo a la presentación: cuento con un punteo en la hoja como guía y el deseo de que algo de todo lo leído y pensado en el proceso atravesado, acuda a mi pensamiento en ese preciso momento. Sólo eso.
Momentos previos a la presentación: escucho a otros. Sin duda, resulta tranquilizador. Seré una más.
La presentación: ya sólo me preocupa que el micrófono haga retumbar demasiado mi voz y eso me distraiga. Dura sólo las primeras palabras. Después, el deseo me acompaña. Menos mal.