viernes, 21 de diciembre de 2007

Dos pájaros de un tiro: una entre miles de miradas.

Un psicoanalista en un recital no puede evitar analizar qué está sucediendo allí y qué hace él en ese lugar. Tres o cuatros instantes. Luego canta, salta, grita y transpira como cualquier “cristiano” (¿?!!)

La música y la poesía se daban cita en dos de sus grandes representantes. No precisamente en la cuna de la intelectualidad, sino más bien en uno de los escenarios más populares de nuestra ciudad. Últimamente reacondicionado por algún pro. Entonces, no sólo Serrat y Sabina sino también cultura y popularidad.

La bombonera, curiosamente habitada por una multitud de personas que probablemente se precie por la diferencia, el criterio y un estilo tal vez más intelectual, se vio homogeneizada en sus puntos más extremos. Señores apilonados como muchachotes y señoras se dejaban arrastrar por la marea humana, embadurnada en un cálido y húmedo sopor de los cuerpos. Así miles de personas se deleitaban en una fiesta de música y poesía, con gratos condimentos populares. A los saltos, haciendo honor a las palabras que tarareaban:

Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
“Mas de cien mentiras”. J.Sabina

O También:

Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
por una noche se olvido que cada uno es cada cual.
“Fiesta”. J. M. Serrat

Así, un Serrat más desinhibido por la compañía y un Sabina seductor y admirador de su maestro, se complacían y nos complacían en el escenario con una exuberancia de música y humorística ironía. Digna de ser vivida.

Eso sí, con un comienzo y un final. Uno solo, no tantos!!! Terminaba y volvía a concluir y volvía a comenzar y volvía a concluir… Tal vez para los amantes de la finitud, se nos hizo algo interminable. Sobre todo para quienes elegimos disfrutar esa fiesta de la música desde la costumbre popular de estar cuerpo a cuerpo con otros; habiendo perdido un tanto la práctica y un poco la salud también.
Matando dos pájaros de un tiro, recordando hábitos de juventud en la sucesión de recitales, allá por los años ’90. Pero con la mirada de hoy.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Los Grupos de Estudio

Quizás uno de los rasgos distintivos de nuestra profesión. A mis queridos lectores de otras moradas, puedo contarles que los analistas tenemos una conciencia cruda de la falta que opera en nosotros. Sabemos que no se accede a un saber absoluto y más aún, que el saber universitario es inerte y sin consecuencias. Una vez adquirido hay que ponerlo a trabajar, cual si fuera una piedra en bruto de la que podríamos partir para construir nuestra escultura, que sin duda necesitará también de otros materiales.
La transferencia (en criollo: afinidad, suposición de algún saber a ese otro que nos pueda aportar algo) nos une con sutiles vectores que hilvanan pequeños grupos con citas mensuales, quincenales, los primeros y cuartos martes, los terceros y quintos jueves, los miércoles pares, pero los impares no; en fin somos gente complicada para eso. Para qué negarlo.
La cuestión es que hay una regularidad de encuentro con un tema en común que -como diría alguien con quien aprendo- tira del hilo y lleva el grupo adelante. Hasta que no tira más.

Hasta aquí, una traducción simple podría ser: “se juntan a estudiar, qué hay de interesante en ello?”. Supongo que si esos espacios han convocado mi escritura significarán algo más.

El camino del analista es tan solitario como social. La soledad del consultorio puede ser tan triste como placentera, pero sin duda necesaria. Lo que emana de ese trabajo es lo que tiende la cuerda a los otros.

Cuando digo camino, imagino una ruta. Muy larga. Esas que uno mira al horizonte y todo concluye en un punto. Recta, con campo alrededor, a veces también ciudades o pequeños pueblos. Sinuosa, en llanuras y precipicios. Soleada, estrellada, lluviosa, nublada, a veces muy nublada. Largos kilómetros permiten todo eso y más.
Una ruta extensa que une dos lugares muy distintos, pasando por muchos pequeños otros. Distintos pero unidos por el recorrido.
Sobre ella, un auto. Al comienzo con algunos amigos. Seguimos meticulosamente los carteles, por ahora podría ser peligroso aventurarse. Algunos kilómetros más adelante paramos a tomar un café, uno de los amigos me presenta a otro que conoce el camino, que a su vez está con otros que lo acompañan. Intercambiamos compañía y el auto se renueva. Seguimos camino hasta la próxima parada, donde ocurre algo parecido. Para esa altura ya conozco parte del camino y tal vez puedo guiar a otros y dejarme guiar también. Tal vez los carteles indicativos no me resultan tan relevantes como las palabras de quienes que me acompañan en el auto. Sin darnos cuenta, cada parada es resultado del camino recorrido que a su vez es resultado de las palabras que compartíamos mientras andábamos y no pensábamos tanto adónde íbamos sino en dejarnos llevar.
Los trechos de compañía encuentran su intervalo en tramos solitarios, que a su vez son sucedidos por otros de reunión que son fruto de la travesía en soledad y con otros. Cada tanto paramos, si hay mucha niebla, más aún. Cada detención es una escansión en el tiempo que cambia el orden de las cosas y relanza el camino. Es interesante porque a lo largo del recorrido uno se vuelve a encontrar con viejos amigos, conocidos, antiguos compañeros, otros conductores, que a su vez traen nuevas compañías y sendas distintas, fruto de otros itinerarios. Y lo mejor de todo es que en este camino, a diferencia de otros, uno puede ir en varios autos a la vez.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El analista, angustia, muerte y escritura

Qué hacemos los analistas con las cosas que nos suceden no es tema nuevo en este espacio, más bien ha sido y continúa siendo su espíritu primigenio.
Por ello y continuando la escritura de la tristeza sigo pensando en los lazos que unen al analista, su angustia y la escritura.

Cada vez que nos preguntamos qué hacer con el sufrimiento del analista estamos hablando de la persona. El analista es un efecto, la persona puede ser su soporte, con todo lo que ello implica. Incluida la angustia, el miedo, la frustración y por qué no también alegría y satisfacción. Todo ello habita al sujeto.

Supongo que sin saber, al decir “escribo sobre lo que nos sucede a los psicoanalistas” me refería más bien a las dificultades, los desaciertos, las incertidumbres y solo cada tanto a las satisfacciones. Probablemente allí esté la clave para entender el título (La Palabra Mata la Cosa). Cuando pueda descubrirlo, prometo compartirlo.
Quienes han transitado la escritura acordarán conmigo en que son los momentos de tristeza los que convocan especialmente a la escritura e imprevistamente los que dan origen a los escritos más preciados.

La Ceguera de Borges es una de las oportunidades en las que asegura su certeza acerca de su destino literario. Aquellas cosas que le sucederían se transformarían en palabras, sobre todo las malas. Simplemente porque la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin[1].
Primo Levi en Entrevista a sí mismo da fe de la simpleza de las palabras del genio literario y dice: “… si no hubiera vivido la estación de Auschwitz, probablemente nunca hubiera escrito nada. No habría tenido motivo…”[2]
La falta es motor y propósito. Es aquello que invita a ser transformado, elaborado, escrito. La escritura, como otras artes que por ahora no domino y por lo tanto solo puedo hablar de escritura, es un modo de transformar la angustia. No para que cese exactamente, sino para que no sea solo eso, angustia.

La muerte al comienzo es sólo angustia. Vacío en exceso. Tan doloroso que desafía con la propia muerte. Y sólo le es dado a conocer su rostro a aquellos que han tenido que enfrentarla. En carne propia o en la de un hijo, que sería prácticamente lo mismo.

Como un compás los días van pasando y con ellos la muerte se va hilvanando como parte de la vida. Sutilmente toma forma de un recuerdo entre tantos otros que habitan la memoria y por lo tanto la vida de cada cual, aunque todavía quema.
La muerte convertida en recuerdo permite moldear sus filos con palabras habladas y escritas, en el mejor de los casos. Increíblemente redondea sus bordes y adquiere una forma mas suave y tolerable. La aspereza del recuerdo arropa el agujero incalculable y la viste de eterna compañera.

Si la vida es sueño porque no también la muerte.


[1] Borges, J. L. Siete Noches. La Ceguera. Emece
[2] Primo Levi. Entrevista a si mismo. Leviatán

Foto: Valle de la Muerte · USA
En diciembre de 1849
, dos grupos procedentes del condado de Gold (USA) se encontraron en el Valle de la Muerte tras perderse de su camino. El grupo de pioneros fue incapaz de encontrar una salida del valle durante varias semanas y se vieron obligados a comer algunas de sus reses para sobrevivir. Encontraron agua fresca en algunas fuentes de la zona y utilizaron la madera de sus carros para cocinar.
Tras abandonar sus carros, el grupo fue capaz de encontrar una salida del valle. Justo en el momento de abandonarlo, una de las mujeres del grupo se giró y dijo: “Adiós, valle de la muerte”, dando al valle el nombre que aún conserva. Curiosamente, sólo uno de los miembros de la expedición falleció en el Valle de la Muerte; se trataba de un anciano.

viernes, 14 de septiembre de 2007

La tristeza también es parte

La vida del psicoanalista es mi tema, al menos para este blog. Un tono humorístico para ello es mi modo. En esta oportunidad, no será posible.
El analista no siente cariño por sus pacientes, no fantasea con el futuro de ellos, no sufre por ellos. La persona que lo aloja, en ocasiones, sí.
Se es analista sólo en aquellos momentos en los que la palabra opera sobre el discurso del sujeto (paciente) produciendo algún efecto, que sólo se sabe a posteriori. En todos los demás momentos se es persona, y nada más.
Los pacientes cuentan sus angustias, sus dificultades, hablan, se lastiman y a veces tampoco pueden hablar y también abandonan sus tratamientos. Cuando eso sucede, a la persona – analista sólo le queda aceptarlo y anhelar que encuentre la solución a sus problemas más adelante, retomando con uno o con algún colega que pueda ayudarlo. Contrariamente a lo que suponen los pacientes, los analistas solemos recordar bien a nuestros ex pacientes y en ocasiones nos preguntamos qué será de la vida de ellos. Nos alegra saber si algún colega los ha recibido, o encontrarnos con alguna noticia pública que nos cuente cómo ha continuado su historia. Digamos que tenemos nuestro sutil “cholulismo” profesional, sano, sin consecuencias.
Ahora bien, cuando las noticias no son buenas, también puede embargarnos la pena, la preocupación. A pesar de que no hay nada que podamos hacer. Si la noticia es la peor que pudiéramos recibir, la única irreversible, la menos esperada: la muerte de un joven ex paciente. La tristeza es irremediable, dura, punzante, negra. Sin palabras como la misma muerte lo es. Un vacío tan vacío que resulta inasible.
Un dolor difícil de describir. No era un familiar, no era un amigo, ni siquiera un conocido. En este caso alguien que pidió ayuda hace algún tiempo y luego no pudo aceptarla más y se alejó. Para siempre.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Apostar. Tiempo del Deseo. Autor: Hugo Levín.

Editorial Catálogos. Año 2007

Persiguiendo el hilo de los verbos, no por casualidad, escribo sobre Apostar. Campo en el que “intentar” resultaría una suerte de apuesta a medias. En el caso de que “apostar a medias” fuera posible. Creo entender que para Hugo Levin no lo es.

Apostar en el título fue una grata invitación a aventurar que los veintitres pesos que pagaría, multiplicarían su valor en los contenidos que hallaría al recorrer sus páginas. No me equivoqué.

Con un discurrir de frases simples, el autor opone apuesta a certeza, y asegura que donde no hay apuesta, hay certeza.
Antes de ello, anuncia que la escritura es un modo de dar testimonio, en el que se produce un destiempo. Si en la transmisión oral hay coincidencia de momentos, la escritura introduce tiempos desencontrados en los que se producen efectos, también de transmisión. Qué sería este escrito sino exactamente uno de esos efectos.

Se sumerge en la temporalidad de la clínica psicoanalítica. En todo acto como apuesta hay una temporalidad, que en el instante del acto se convierte en precipitación, la urgencia por concluir.

Siguen a la temporalidad, apuestas y deseo del analista. El no saber es la estructura básica de la apuesta. Ese es el punto de partida que le permite afirmar que donde falte el no saber, sería esperable encontrarse con cierto saber, que no puede ser otra cosa que certeza; y que como tal imposibilitaría cualquier apuesta.
Más tarde, al ocuparse del lugar del analista en esta encrucijada apuesta – certeza, aporta una definición de analista tan interesante como sencilla: “…no es él quien juega sino el que hace que juegue el otro…”

martes, 31 de julio de 2007

¡Basta de Intentar!

¿Por qué tantos textos escritos por psicoanalistas repiten incesantemente el verbo “intentar”? No sin molestia, me encuentro en más de dos textos -en el término de un mismo día- con frases como: “intentare abordar”, “intentare situar”, “intentamos hacer un breve recorrido”, etc., etc.
Luego de leerlo por tercera vez, tuve la certeza de que se trataría de cierto semblante profesional. Entonces, no pude dejar de preguntarme: por qué los psicoanalistas intentamos tanto, en lugar de hacer y punto.

Anteponer el aviso que se está intentando, siempre aporta la categoría de ensayo al hecho. Un resguardo.
Pienso que hago algo pero digo que lo intento por las dudas. Si alguien se topa con mi escrito y considera que no hago lo que digo que estoy haciendo, avisé que simplemente lo intentaba.
O bien, me autorizo a hacer algo a medias y digo que es un intento para que nadie me reclame por las omisiones vertidas. En ese caso, por qué no decir: hago esto poco porque no necesito ir más allá y que lo lea quien quiera. Que lo tome a quien lo cause.

Intento” como sustantivo o como verbo, no sólo sería un resguardo sino también pretensión de existencia de cierta totalidad posible (hago un intento, del todo que habría que decir, digo un poco. Después no me digan que no avisé).
Los psicoanalistas ya deberíamos saber que no hay un todo. Aquellos que hacen los análisis profundos, rigurosos, reunidos con toda la información disponible; en verdad, no están en ningún lado. Igual que la gente feliz.

Con semejante aversión, el efecto en mí ha sido el impedimento absoluto para continuar la lectura en cada texto que tropecé con alguien que sólo intentaba.

¡Corro a revisar mis letras!

viernes, 27 de julio de 2007

Mi Enseñanza · Autor: Jacques Lacan

Editorial Paidos. Año 2006

El lugar, lo que hay y lo que fue

Este libro alberga, representa con su simple existencia, una de las grandes paradojas del psicoanálisis, al menos en mi humilde entender. Será por ello, que compone la colección “Paradojas de Lacan”? No creo.

Lacan fue un gran creador de escenas, interesantes, ricas, sarcásticas, enigmáticas; también de teorías, muy útiles por cierto.
Se ha ocupado en extenso de la cuestión del padre como concepto. De la posición ante él. De su muerte simbólica o no. Con ello (y con algunas cosas más) ha convocado el interés de miles de psicoanalistas en el mundo. Que lo han tomado como padre, como garante, no sé. Si esto fuera así, entonces no podríamos negar la paradoja. Estudiamos y nos analizamos para aceptar que no hay tal Padre y sin embargo colgamos su foto en el consultorio. No es que lo diga yo, es él (señalando su retrato). O bien, le hacemos escribir aquello que no escribió, que dijo y se olvidó.

En “Mi Enseñanza” título irónico por cierto, se lee alguien que habla. Le habla a otros en tres oportunidades recortadas en la publicación que me habita. La primera en un asilo en Lyon, que es seguido por un diálogo con el filósofo Henri Maldiney. Luego vierte sus palabras para internos de psiquiatría, en Burdeos y más tarde en la Facultad de Medicina de Estrasburgo.

Me place transcribir algunos de sus dichos.

“… Si hay gente que se alista en este asunto infernal que consiste en ir a ver un tipo tres veces por semana durante años, es porque, pese a todo, la cosa tiene en sí cierto interés…”

“… En efecto, mi enseñanza es simplemente el lenguaje, absolutamente ninguna otra cosa…”

“… Es muy raro que algo que se hace en la Universidad pueda tener consecuencias, puesto que la Universidad está hecha para que el pensamiento nunca tenga consecuencias…”

“… Ellos se preguntan por qué mis Escritos se han vendido. Yo soy amable, cuando un periodista me pregunta esto, me pongo en su lugar, le digo -Estoy como usted, no sé-..."

“… Al final es preciso que el analista sepa él mismo eliminarse de este diálogo como algo que cae, y que cae para siempre…”

Ahora, luego de transcribir las citas, he pensado que si hay alguien que ha dicho cosas interesantes en diversas oportunidades y no las ha plasmado en escritos, editarlos eventualmente resulte productivo.
Si es así, es probable que el título del libro me haya despertado un pensamiento que me topo cada vez que me encuentro con escritos de aquellos que cuelgan el cuadro de su Padre en el consultorio.

viernes, 6 de julio de 2007

Lo que he leido

Un comentario o critica de un libro no tiene por qué ser un recorrido meticuloso sobre todas sus partes. Un recorte de alguna frase, alguna imagen, algo que permanezca en la memoria, que de vueltas, que interrogue, que guste, es suficiente para disparar una nueva escritura sobre esa que ya existe. La crítica no puede escapar a ser un recorte. Quién dice de qué extensión debiera ser éste.

Este post pretende ser la inauguración de una suerte de sección que dará cuenta de mis lecturas recientes. No todas, sólo aquellas que me inviten a escribir.

Lecturas e interpretaciones sobre esas lecturas forman parte de eso que se me antojó llamar “mundo del psicoanalista”. El psicoanálisis ha sido y es, el pasadizo que me presenta otras artes. Principalmente la escritura y la literatura. No sé si un analista puede ser sin eso, evidentemente yo no. Supongo que por ello elegí como pieza inaugural el libro Escribir, de Marguerite Duras.

Escribir · Autora: Marguerite Duras

Editorial Tusquets. Año 1993

La primera parte es la mejor. No sin avisar me centraré en ello más que en otras cosas.

La escritura parece ser uno de los modos más eficaces de permanencia incluso luego de la muerte. Deja una marca imborrable que torna al autor, inmortal.

Con frases cortas y seguras, a veces seguidas de preguntas, otras no, Marguerite Duras escribe sobre cómo escribía, sobre la compañía de la escritura en su vida. Plasma en sus letras la soledad de la escritura, pero invita al lector a un paseo por su casa, el lugar donde podía esconderse para escribir libros. Supongo que no es esa, una compañía que perturbe la creación. Es también un paseo por el dolor, la desesperación, el amor y la muerte.

Transmite, sin proponérselo creo, que la creación es a partir de una falta. Allí, donde sin metáfora mediante, un sujeto podría ahogarse en la bebida, ella escribe. Si algo falta, entonces se puede desear y el deseo, en este caso, la hace escribir.

Escribir, de Marguerite Duras me resulta una invitación a la escritura. Produce aquel efecto fugaz vivido cuando uno tiene la oportunidad de escuchar esas risas tan genuinas y contagiosas, que uno termina riendo también. Qué sería sino la transmisión, un sujeto causado por algo, entusiasma a otro, casi por casualidad.

miércoles, 6 de junio de 2007

Crónica de alguien que no hace lo que quiere.

Supongo que no se llega a hacer lo que uno quiere en línea recta. Como tantos otros, yo también he habitado otras escenas, que sin premeditarlo, me han arrojado allí. Pero siempre desde el mismo lugar: la escritura. Entre viejos y casi abandonados petates, resistió este escrito. Fruto de años pasados, cuando evidentemente no encontraba placer en lo que hacía, salvo cuando escribía.

Un sonido anuncia el comienzo del día, los oídos se hacen los distraídos, pero en la batalla de las agujas gana el deber. Ordena a los ojos la mirada. Luego viene el agua que ayuda un poco en la tarea. Más tarde los vestidos que sirven de disfraz para un buen payaso que cubre con pintura la nada que guarda en su interior.

El transporte da el tiempo suficiente para ultimar los detalles de la careta, antes de rodar la larga función del día. Están aquellos que sólo miran, otros que demandan brillos en la oscuridad y los que ayudan a que la función siga adelante.
Por suerte al mediodía vale no actuar y está permitido derramar una lágrima si fuera necesario para luego poder volver a empezar.

Con maquillaje retocado y nuevo perfume, la función vuelve a empezar por cuatro o cinco horas más, dependiendo de la demanda del público. Hasta que por fin, ellos aceptan que todo acabe por hoy y dejar algunas inquietudes para el día que sigue.
Nuevamente el transporte, que ahora sirve para ir desdibujando aquello que se inventó en la mañana. Aunque nunca es posible quitar todo. Un payaso siempre es un payaso, aún cuando está con quienes lo quieren. Les brinda también un poquito de la función que jugó ese día. Esta vez acepta su ruido y permanece en silencio para revelar completamente su tristeza. Así pasan cuatro cortas horas que luego le dan el pase para dejar caer el disfraz y quitar el maquillaje. Vuelve a programar el sonido para un nuevo amanecer, se acuesta y llora por saber que esa nada es una inmensa tristeza por tener el significado tan lejos de sus manos, por saber que no alcanza con querer. La nada sería todo, solamente si lo quisieran.

(*) Imagen: El payaso Triste (oleo). Manuel Parreño Rivera. Pintor con el Pie (España)

sábado, 2 de junio de 2007

Reuniones de Equipo (entre psicoanalistas...)

Que no todo puede ser dicho es cierto. Ahora que no todo quiera ser dicho es otra cosa. No todo los silencios son para pensar, algunos son para omitir. Se me ocurre que algunos encuentros institucionales descansan sobre esta travesura.

La “reunión de equipo” invita ineludiblemente no sólo a profesionales sino también a las ligaduras institucionales que los convocan. Desde la misma o distintas disciplinas, se reúnen para entretejer alguna cuestión, con la obligada oportunidad de asistir a una variedad de situaciones, reconfortantes y no tanto.

En principio tiene un carácter social. Un encuentro casi siempre semanal con las mismas personas, supone la creación de cierto entramado farandulezco al que me he referido en alguna oportunidad. Hasta allí es apacible y agradable tener una excusa profesional para hablar de las frivolidades de la peluquería, pero dentro de un marco científico. Eso sí, cuando las anécdotas banales le dan lugar al trabajo, se habla de trabajo. Aunque no se apresuren en imaginar un trabajo productivo y enriquecedor. Solo algunas veces el comentario imaginario y el juicio personal colectivo le da paso a la construcción colectiva, que es absolutamente otra cosa.

También suceden otras cosas, que suelen ser las mas oscuras. Por inherente complejidad, pero a veces también por mala intención. Lo institucional como tal, cobra protagonismo con frecuencia y suscita agitados, tensos, pero interesantes debates. Allí no todo debe ser dicho, una palabra de mas podría descubrir tejes y manejes institucionales que nunca debieran ver la luz. No obstante, lo oculto pero evidente suele hacer reflejo y la gente termina por inferirlo (casi como el material latente y manifiesto). Aunque la inferencia no se convierta en dicho necesariamente. A veces sucumbe también a la picardía de la omisión consciente. Por distintos motivos: astucia, obsecuencia, hipocresía, algunas veces también timidez o falta de coraje. Así es como algunos intersticios institucionales gozan de un vivaz entramado oculto que da lugar a escenas cuyo repertorio es determinado no sólo por lo dicho sino también por este bagaje oculto, casi inconciente pero con conciencia. Algunos eligen escribir para desenmascararlo, allá ellos.

sábado, 26 de mayo de 2007

Escribo porque no lo puedo evitar.

Leyendo otras razones, me topé con una pregunta cual si retornara de lo real: y yo, por qué escribo?
El aire se detuvo, la mirada fija en la pantalla, millones de razones rodaban por mi cabeza. No era ninguna y eran todas al mismo tiempo. Más tarde, afortunadamente sucedió. Sobrevino la precipitada necesidad de la palabra de ser escrita. Y simplemente la dejé. Viene cuando uno no sabe. Exige bajo amenaza de retirarse, para siempre tal vez. Quién lo sabe. Lo mejor resulta de la entrega al empuje irremediable de que lo que tiene que salir, salga. Y bien, aquí estoy, mediando entre la palabra pensada y expresada.

Qué es lo que pugna por salir? Sencillamente esto. Lo que se lee. Un primer escrito que no lo es, pero que de algún modo sí. Que inaugura y habilita el paso a otros escritos. Mi tránsito no puede ser sin escritura. No puedo evitarlo.

Por ello escribir sobre la cotidianeidad de los psicoanalistas, en esta oportunidad, es una manera de representar mi realidad. Es un intento de entenderla, un deseo, un anhelo, un obstáculo. Por qué? porque la palabra escrita opera distinto. Produce una vuelta más, que normalmente es positiva. Y supongo que tiene principio pero no final.
La letra es un más allá, no calculable. Una vez que está escrito pierde pertenencia, incluso intimidad. Quienes la tomen harán de ella lo que les plazca. Y saben qué? todo eso hace la historia más liviana.

Supongo también que este escrito aún no esta terminado, no obstante este espacio es mi borrador compartido.

sábado, 12 de mayo de 2007

Todo el mundo cree saber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoanalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los únicos que no lo saben.
Los psicoanalistas no dicen en absoluto lo que saben, pero lo dan a entender.

Jacques Lacan

jueves, 26 de abril de 2007

Impactante e interesante video sobre Anorexia...

¿Qué es la distorsión de la imagen corporal?
Un video lo explica sin decir una sola palabra. Y nos deja ante la evidencia más explícita: semejante diferencia entre la realidad y la mirada resulta posible gracias a que la imagen corporal no es más que una construcción psíquica. Al igual que todo el universo restante.

Desconozco los fines específicos con los que fue creado el video, ni la población para la que fue ideado. Esa cuestión nos llevaría al debate acerca de las campañas publicitarias para este tipo de afecciones. Si éstas deben recurrir o no al impacto, al golpe bajo. Si es preciso llegar hasta allí para crear conciencia popular. Sigue abierto el debate.


Fuente: www.abkontakt.se
La página pertenece a una Institución de Estocolmo (Suecia) dedicada a Anorexia y Bulimia.

martes, 24 de abril de 2007

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre"

Volver a un Hogar.
Interesante Programa para Pacientes "manicomializados".

Fuente: Lorena Oliva, LA NACION.
Contacto
Hospital José Esteves
4298-1931/0091/0093


El neuropsiquiátrico Esteves solventa y monitorea un programa que permite que determinadas pacientes hoy vivan fuera del hospital, juntas o con sus parientes.

"Al manicomio entrás por loco, pero te quedás por pobre". Esta frase, enunciada por un profesional de la salud mental, sintetiza el triste destino de quienes, una vez superada la crisis que derivó en su internación, permanecen en el hospital sencillamente porque no tienen adónde ir.

Las pacientes del Hospital Neuropsiquiátrico José A. Esteves, en Temperley, no son la excepción en este sentido. Por eso un equipo de profesionales de la institución viene desarrollando, desde fines de 1999, el Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA), comprometidos con una realidad que denuncia que entre el veinte y el sesenta por ciento de la población de los hospitales neuropsiquiátricos permanece internada por falta de contención social.

Inspirado en experiencias extranjeras, como la de Italia, donde los hospitales mentales, tal y como aquí se los concibe, dejaron de existir hace décadas, el PREA cuenta con la financiación del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires. Pretende ni más ni menos que la desmanicomialización de aquellas pacientes que cuentan con el alta de internación, pero no poseen los medios económicos o
afectivos para irse. ¿De qué manera? Facilitándoselos.

"Cuando nuestro equipo médico evalúa que una paciente tiene potencial para formar parte del programa, porque ya se encuentra compensada y no tiene sentido continuar con su internación, se le hace firmar un contrato de admisión por el que se compromete a trabajar por su externación. Esto significa, básicamente, asistir a una serie de talleres donde se la prepara para el afuera", explica Patricia Esmerado, psiquiatra y directora del PREA.

Luego de este proceso, que se extiende durante meses, a las mujeres que logran su externación las espera una casa -alquilada y solventada por el hospital Esteves- en la que podrán vivir junto con otras compañeras el tiempo que necesiten. Incluso por el resto de su vida.

REDESCUBRIR EL AFUERA

Desde su puesta en funcionamiento, en 1999, hasta la actualidad, cerca de sesenta mujeres, distribuidas en doce casas, han podido revincularse con el afuera: obtener un trabajo, ir a la escuela, descubrir vocaciones ocultas, retomar la relación con la familia, sentir la calidez de un hogar, y hasta casarse y tener hijos.

En Adrogué, la casa de Angie, de 51 años; Ema, de 52; Dora, de 55; Graciela, de 55, y a la que próximamente se sumará Estela, de 59, fue la primera en habilitarse allá por el año 2000. En ella sobran historias que demuestran cuán valiosa ha sido esta segunda oportunidad en la vida de sus habitantes.

Hace dos años, para el Día de la Madre, Dora recibió el primer llamado del hijo que le habían arrebatado cuando nació y que hoy es un gendarme de 38 años, casado y con cuatro hijos. Deseosa de tener una relación más fluida con él, Dora lucha por superar ese duro pasado que todavía le oprime el corazón, mientras cursa el cuarto grado de la escuela primaria. "Ahora que aprendí a escribir, me encantaría poder
mandarle una carta, pero no sé su dirección", se lamenta Dora, seguida por la mirada atenta de Angie, su "maestrita dulce".

"Yo la ayudo con la tarea, a pensar oraciones, a hacer las cuentas", explica Angie, una de las indudables referentes del grupo. Angie estuvo internada durante dos años y medio. Por entonces estudiante universitaria de Ciencias de la Educación, puede adivinarse que su trabajo como bibliotecaria en el hospital, así como la concurrencia a diferentes talleres funcionaron como una suerte de salvavidas allí
donde todo parecía haberse hundido. En el taller literario de Néstor Costa conoció a Ema y se hicieron inseparables.

Ema recuerda que, durante los siete años en los que permaneció internada, todas las noches repetía a modo de rezo: no me quiero morir acá. "Cuando estás durante varios años en una institución, vas perdiendo tu capacidad para autodirigirte. Te van tronchando tu libertad. A las 7 de la mañana te levantan, después te bañan, el
desayuno, el almuerzo, la siesta todo está pautado y una no puede decidir nada", se lamenta esta coqueta mujer, apasionada por la literatura, que pronto editará su primer libro: Latigazos de luna.

VALERSE POR SI MISMAS

Aún en la institución, cuando las pacientes comienzan a formar parte del PREA deben asistir a una serie de talleres que busca, justamente, evitar que, ya externadas, se encuentren en el mundo exterior con una vida que no saben manejar. En la mayoría de los casos se trata de mujeres que han estado más de cinco años internadas. Y la falta de contacto con el mundo exterior, obviamente, tiene sus secuelas. "Lo
que se busca es que estas mujeres logren reconstruir esa subjetividad que fueron perdiendo al formar parte de una institución en la que todo, desde el horario para el desayuno hasta la ropa que se ponen y la medicación que toman, es decidido por otros", ejemplifica Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves.

Excepto por la visita periódica de un equipo interdisciplinario que supervisa y contiene en caso de eventuales problemas, de ahí en más la vida de estas mujeres se parece bastante -y cada vez más- a la de cualquier persona que se las cruce por la calle. De hecho, el mecanismo de funcionamiento de la casa de Adrogué parece tan bien
aceitado, que difícilmente alguien podría adivinar en qué circunstancias se conocieron estas cuatro mujeres.

Sentadas alrededor de la mesa del comedor, en un clima de cordialidad y respeto, cuentan cómo es un día en sus vidas: mientras que Angie y Ema reparten sus horas entre el trabajo y la terapia, Dora y Graciela se organizan entre la escuela, los quehaceres domésticos y la continuidad del tratamiento en el Centro Comunitario Libremente, un espacio cultural abierto a la comunidad que, a la vez, sirve de punto
de encuentro entre pacientes y terapeutas.

Ainstein informa que el total de plazas disponibles del hospital (1020) está siempre cubierto.

-¿Cuántas de estas mujeres son potenciales usuarias del PREA?
-En estos momentos tenemos a unas veinte en la primera etapa del programa. Además, calculamos que otras ciento veinte podrían ir incorporándose en forma progresiva.

Además del PREA, el hospital Esteves desarrolla otro programa llamado Vuelta a Casa , focalizado en las pacientes que sí cuentan con un entorno familiar dispuesto a recibirlas, que ya ha favorecido a más de cien casos. "Se trata de un subsidio que busca favorecer los medios para que alguien, tal vez un pariente, pueda acompañarlas hasta que adquieran seguridad y autonomía", explica Esmerado.

Pero por diversas causas, un sector de la población del Esteves no podrá participar de ninguno de los dos programas. Ya sea porque padecen patologías severas, o porque han envejecido dentro de esas cuatro paredes, unas quinientas mujeres no pudieron -ni podrán- superar los efectos de la llamada manicomialización : un sistema que,
a todas luces, ha demostrado no ser lo más efectivo en numerosos casos.

Tal vez iniciativas como el PREA permitan albergar la esperanza de un futuro donde la atención de la salud mental se valga de mecanismos más humanizados. Y sin muros.

MIEDO POR DESINFORMACIÓN

Es probable que los hospitales psiquiátricos colaboren bastante con la mala fama que la locura sigue teniendo en la sociedad. Según Julio Ainstein, director ejecutivo del hospital Esteves, la manera en que la sociedad encara este tipo de trastornos poco ha cambiado a pesar del paso del tiempo. "El miedo a la locura continúa vigente, y en su persistencia tiene mucho que ver la desinformación", explica.

miércoles, 4 de abril de 2007

¡Las cosas que uno tiene que soportar “en nombre de la transferencia”!

La transferencia es ese mecanismo por el cual se repiten con la persona del analista, y todas las situaciones que rodean al tratamiento, fenómenos que originariamente pertenecen a la vida del paciente (1). El mismo representa en transferencia un trozo importante de su vida que de otro modo sólo hubiese descrito insuficientemente (2).
Sabemos así, los analistas, que no se trata de nosotros mismos sino que presta uno allí su persona, para la compulsión repetidora más descarnada.

La escena psi, hipócrita en muchos casos, dice que el analista nunca pierde la calma frente a estos fenómenos. O mejor dicho, se dice que sí la pierde, pero nunca se explica bien cómo. Sin duda esta fría imparcialidad es cierta en un importante número de ocasiones, de otro modo nuestra profesión sería un infierno.

Ahora bien, esta suerte de ira ocasional del analista dependería en gran medida de la intensidad de la transferencia que tenga que soportar y del grado de agresividad que ésta conlleve. No quiero decir con ello que el analista responda siempre echando a los pacientes de este estilo transferencial, a patadas. Probablemente en muchas ocasiones logre controlar sus impulsos más bajos. Pero, siente o no siente bronca, se siente o no concernido?!

Hace muy poco me tocó soportar una de estas transferencias negativas. Despectivas, para ser más exacta. Allí, en la peor de las situaciones: la madre de un pequeño paciente.
Los padres tienen esa particular inclusión en los bordes (el tratamiento es para sus hijos, jamás para ellos), que me lleva a pensar en la poquísima luz que le queda al analista para operar sobre las transferencias. Bordes en los que -si se gestaran tensiones irrecuperables- terminarían marcando el destino del tratamiento, sin más.

Por cuestiones seguramente especulares de diversa índole, esta analista no le sentó a esta mamá desde un principio. No así a su hijo, que acudía con una sonrisa y reía casi permanentemente. Risa que trascendía las paredes del consultorio, tras las cuales, su madre, cercana, acrecentaba su fastidio.
“Casualmente” no era posible identificar un síntoma en el paciente, sí en su madre y de diverso tipo. Muy poco tiempo después y en medio de la sala de espera, esta singular mamá sanciona el final del tratamiento. Utilizando un rodeo histérico interesante: el final no era porque ella lo decretaba sino porque “ya sabía” por otro profesional del equipo que el tratamiento terminaría ese día, por decisión mía, claro está.
Intento de inclusión mediante (en el consultorio mínimamente) esta mamá se ocupó de cerrar todas las puertas (menos la del consultorio) ya que allí dentro se desvanecía la figuración de que era la analista quien ponía punto final al tratamiento.
Acto seguido (ahora sí, a puertas cerradas) tuvo lugar la entrevista con el pequeño paciente. Digamos que la sesión fue un sinfín de variadas situaciones escolares en las que “era dejado de lado”. Una pintura perfecta de la idea de que el niño con su síntoma habla de una verdad, de la verdad de la escena en este caso.
Conversaciones telefónicas imposibilitadas por fuertes agresiones transferenciales hacen hasta ahora imposible la continuidad del tratamiento, al menos por el momento.

Cabe destacar que he desfigurado algunos datos del historial para que el material no pueda ser reconocido. Con el mismo criterio no he reproducido el calibre de las agresiones. No obstante ubiquen -sin vacilar- la justificación de la ira del analista en las omitidas palabras.

Las cuestiones éticas podrían resultar un tema para otro escrito. En ese caso, la pregunta sería: cuáles son los límites que indican qué cosas podría soportar el analista por el bien de la cura, y cuáles no, tal vez en nombre del mismo fin. Brevemente se me ocurre que dependería de cada paciente y de cada analista. Ello abre un debate para otra oportunidad, o para quienes gusten de retomarlo en virtud de este escrito.

Ahora bien, el analista se siente concernido? Y por ello, experimenta o no, sentimientos especulares? Supongo que en los casos en los que la agresividad supera los límites tolerables, por supuesto que sí! El tema es qué hace con ello. Pienso que en algunos casos, no logra evitar la ira y seguramente responde de la peor manera posible (de esta alternativa, se habla poco y nada); o bien hace alguna otra cosa con aquello que ha sentido. Por ejemplo, escribe. Qué más sería este escrito sino un modo de tramitación de una enorme molestia vivida “en nombre de la transferencia”.
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(1) Freud, S. “Recordar, repetir y reelaborar”.
(2) Freud, S. “La Técnica Psicoanalítica”

martes, 3 de abril de 2007

Psicólogo condenado por daño moral

Le cobró 75.000 dólares en concepto de 3 años y medio de terapia por adelantado, a razón de 200 dólares la sesión.
Opiniones cognitivas y psicoanalíticas del caso.

Fuente. Infobae. Por Clarisa Hirsch-Boronat.

La Licenciatura en Psicología está dentro de las cinco carreras que más se estudian en la Argentina. Y, si bien la demanda de profesionales no supera a la oferta, podría decirse que es realmente mucha la cantidad de argentinos que va al psicólogo.

Anteayer, se dio a conocer un fallo que planteó fuertes cuestionamientos a todos los que de alguna u otra manera, se relacionan con el mundo "psi". Lo dictó la Sala G de la Cámara Nacional en lo Civil contra un psicoanalista que trató durante 30 años a
una mujer a la que le cobró 75.000 dólares en concepto de 3 años y medio de terapia por adelantado, a razón de u$s200 la sesión.

A este psicólogo se lo sentenció a devolverle el dinero a su paciente y a indemnizarla con 20.000 pesos por daño moral, abriendo la discusión en la
comunidad profesional acerca de qué debe permitirse y qué no cuando se está bajo análisis o tratamiento psicoterapéutico.

En opinión de Eduardo Keegan, Dr. en Psicología, Director del Posgrado en Terapia Cognitiva, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Presidente de la
Asociación Argentina de Terapia Cognitiva, "este fallo no se relaciona con un problema de marco teórico, sino con un problema ético: no se puede pedir pago
adelantado de los servicios".

Para Keegan, este caso "revela que a los pacientes no se les dan pautas de la duración probable del tratamiento ni la información mínima indispensable
para que auditen lo que pasa en la terapia y si la misma se desarrolla de acuerdo a lo planteado".

"Hay que ver si esta mujer sabía que la iban a atender por 30 años. Por otra parte, el fallo deja al descubierto un abuso de la posición de poder del profesional. Por eso, es necesario el consentimiento informado (es decir, indicarle al paciente qué le
ocurre y cuál sería el tipo y duración estimativa del tratamiento), que intenta nivelar la asimetría de poder", dijo el experto.

Otra de las reflexiones de Keegan ante el planteo de los juristas que fallaron en la causa acerca de la existencia de un aprovechamiento de la relación de dependencia de la paciente con el psicólogo fue que "un tratamiento tan largo con un paciente que
parecería dependiente se convierte en parte del problema".

"Aquí, el problema no es que el tratamiento sea prolongado, sino preguntarse cuál es el criterio de fracaso y éxito de la terapia que tiene el profesional. No sé cuál era el cuadro de la mujer, pero lo que puede decirse es que nunca debe cobrarse
por adelantado, porque entre otras cosas, se limita la chance de cambiar de terapeuta", señaló Keegan.

"Un problema con el modelo psicoanalítico es el sostenimiento de la idea de que más tratamiento, siempre tiene más resultados. Y no hay datos que corroboren esto", aseguró.

Según Keegan, frente a este caso "cualquier comité de ética va a decir que esto no es aceptable. No obstante, estos fallos ayudan a que haya un grado de amparo frente a situaciones que son manifiestamente alejadas de una práctica ética".

El especialista destacó que "el terapeuta debe estimar el tratamiento antes de empezarlo, su frecuencia, su costo y alguna definición medianamente de cómo saber
si el mismo funciona o no, ya que su mera continuidad no es garantía de éxito".

"Este no es un problema del paradigma psicoanalítico. Por caso, en un trastorno bipolar, el paciente debe tomar medicación de por vida y hacer tratamiento. No
se puede decir que el mismo va a durar dos meses. Se tiene que explicar al paciente o a sus familiares, para que el mismo tenga un cierto grado de control
sobre aquello que está ocurriendo con su tratamiento. El psicoterapeuta tiene que estar dispuesto a dar toda la información que se necesite", advirtió.

Según Keegan, "algunos pacientes, no todos, tienen personalidades muy dependientes, entonces, se aferran al tratamiento. El tema es si el tratamiento está
orientado a hacer que el paciente sea más independiente o a cultivar esa dependencia. En el caso del fallo, parecería haber una explotación de una
característica de dependencia del paciente".

Marco Psicoanalítico
Desde el punto de vista psicoanalítico, varían las concepciones acerca de la práctica psicoterapéutica cognitiva por caso, en el tiempo de su duración ya que
en la primera no puede estimarse y en la segunda, sí y se informa al paciente.

Pero, en esencia no cambian las cuestiones éticas básicas de la relación psicólogo-paciente.

Consultada acerca del fallo, la Lic. Rosa Petronacci, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en Función Didáctica, opinó que "toda la práctica psicoanalítica tiene que estar atravesada por una ética, por el cuidado del
paciente, terapéutico y humano. Esto incluye no tener ningún tipo de relaciones comerciales, como pedir por adelantado".

"En el caso del fallo, pedir por adelantado 3 años y medio y con ese honorario, es casi una relación comercial. Tampoco pueden tenerse vínculos personales
fuera de la relación terapéutica como por ejemplo amistad o relaciones sexuales", señaló Petronacci.

"El cuidado del paciente es el encuentro terapéutico con un encuadre donde está la ética. Tiene que haber una neutralidad, el terapeuta no puede entonces
mantener ni relaciones sexuales, ni amistosas con su paciente. Es una relación asimétrica, terapéutica y de cuidado", dijo.

"Las sesiones en general se pagan cada vez que se tienen o en forma mensual", destacó.

Consultada acerca de cómo darse cuenta si el tratamiento que se sigue es el adecuado o está bien encarado, Petronacci indicó que "hay que confiar en la sensibilidad propia y en cómo uno se va sintiendo. No hay posibilidades de anticiparlo, a veces, se está con un muy buen terapeuta y la terapia no va bien".

Acerca de la duración del tratamiento, Petronacci explicó que "depende de qué línea teórica siga el terapeuta, pero en ningún tratamiento se puede dar por
anticipado, ni siquiera en la clínica médica. Se va viendo a medida que se progresa en el trabajo".

Petronacci, que es experta en niños, indicó a una manera de darse cuenta de cómo va la terapia que lleva a cabo un hijo por ejemplo, es la disposición que ese
chico tiene para ir a terapia.
"El profesional trabaja también con los padres y los padres pueden evaluar cómo se sienten con el tratamiento. Que una persona no adelante en su tratamiento, no depende a veces del mismo, sino de la existencia de ciertas patologías", finalizó.

Un terapeuta fue condenado por daño moral por haber mantenido bajo tratamiento a una mujer durante 30 años. Infobae.com habló con especialistas que alertaron sobre los límites en la práctica profesional.

jueves, 15 de marzo de 2007

Retomando actividades

Bueno, se que he estado algo escasa con las actualizaciones de mi blog, pero prometo retomarlas en breve. Tengo varias ideas danzantes que iré volcando a la "hoja" palulatinamente...
Algunos de los temas que ando pensando son: vicisitudes del comienzo del ejercicio de esta profesión, el examen de residencia, diferencias no sólo de discursos entre escenas de médicos y nosotros, las reuniones de equipo, etc.

Hasta luego.

viernes, 19 de enero de 2007

La “Construcción del Pudor” en la Psicosis


“... las dos patitas de atrás”

Fuente: Pagina 12. Autor: Sergio Zabalza (Psicoanalista). Enero 2007

A partir de la experiencia en un hospital de día donde “se dice que hay cucarachas”, el autor examina el origen del asco a los bichos, advierte la situación particular de los psicóticos –para quienes “el bicho es el propio cuerpo”– y señala un posible abordaje terapéutico.


De un tiempo a esta parte, el tema de las cucarachas ha invadido el ámbito de un hospital de día. Se dice que hay cucarachas en los consultorios, en el estar de los pacientes, en las cajas de materiales, en la mesa del almuerzo. Ahora bien: ¿por qué tanta dedicación al tema? ¿Qué cuestión de vida o muerte se juega en torno de estos bichitos?

El sentido común diría que están en juego las condiciones mínimas de higiene para preservar la salud: sospechoso. Para los que hacemos de la desconfianza al sentido común una herramienta de trabajo, difícilmente pueda conformarnos el cuento de la higiene. La repugnancia que el tema despierta no sólo responde a una cuestión de salud. Por lo pronto, un cigarrillo encendido supone tanta o más falta de higiene que una cucaracha en el zócalo. Hay otra cosa, un elemento que Freud señaló como dique a las exigencias pulsionales: el asco. Sería propicio indagar cuál es la función que cumple esta constitutiva barrera.

Por lo pronto, que la sexualidad humana sea siempre perversa ya nos sugiere, para la prohibición que el asco supone, la figura propia de la banda de Moebius, esa cinta cuyas dos caras resultan ser la misma o cada una de sus caras resulta ser la opuesta: las mismas prácticas que fantaseamos con la hermosa modelo pueden parecernos repugnantes si las imaginamos con otra persona. ¿Acaso la belleza no es el último velo antes de lo terrible? (Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino.)

Entonces, el asco es una prohibición que permite, un límite que habilita. Para Freud, el asco no es sólo barrera sino también sublimación.

En cuanto a los insectos, no es necesario remitirse a La metamorfosis de Kafka o al Escarabajo de Poe para advertir cómo el sentido común suele depositar en ellos la oscura dimensión de lo ominoso. Desde la zoofobia que tan cuidadosamente describiera Freud en su paciente “El Hombre de los Lobos”, hasta la mantis religiosa, ante cuya presencia Lacan encarna el momento de máxima angustia subjetiva, la literatura psicoanalítica no deja de convocar a estos seres inquietantes toda vez que el espanto reclama algún lugar.

Un primer abordaje diría que las cucarachas remiten a ese privilegiado objeto en torno del cual el sujeto, a partir de la problemática del control de esfínteres, dirime las demandas del Otro: la mierda. Advenir miembros de un mundo simbólico supone la sustitución que habilita localizar en una terceridad el horror frente al cuerpo de la madre. Ahora bien, si, tal como expresa Lacan, en la neurosis el retorno de la pulsión es in loco –en un locus determinado, localizado en un lugar–, en la psicosis, por el contrario es in altero: avanza como un indiscriminado Otro.

Si el neurótico sublima su generalizada repulsión a los bichos con “las dos patitas de atrás” que la canción le quita a la cucaracha, bien podríamos conjeturar que en la psicosis el bicho está completo y consistente, sobre todo y antes que nada porque, para el psicótico, el bicho es el propio cuerpo.

De allí que no nos llame la atención una paciente que sin aprensión alguna mata cucarachas con la mano. En la psicosis, el asco –si existe– no hace lazo social. Toda la gesta de David Cooper, Ronald Laing y otros intentó convivir con la especial relación que el psicótico sostiene con sus excrementos: en aquella época y bajo aquellos criterios, se podía caminar por hospitales cuyos pasillos estaban adornados con mierda. Semejante posición descansa en la idílica suposición de un mundo sin ley o en la ilusión de una ley sin arbitrariedad. Desde esta perspectiva, la locura vendría a denunciar la violencia que todo orden supone. Por nuestra parte, estamos tan lejos de subestimar el discurso del psicótico como de intentar un orden puro de toda arbitrariedad. La ley está, de lo que se trata es qué hacemos con ella.

Bichos como las cucarachas dan para más. En el Hombre de los Lobos “su análisis demostró que para él todos los animales pequeños, orugas, insectos, sobre quienes descargaba su furia, tenían el significado de bebés” (Sigmund Freud, Historia de una neurosis infantil. Erotismo anal y complejo de castración). Según Freud, esta actitud remitía a la angustia frente a la posibilidad de perder su privilegiada condición de hijo menor, y de allí la repulsión frente al comercio sexual de los padres.

Insectos-caca-bebés: ecuación que incluso nos reconduce hasta esa enigmática satisfacción por reventar “barritos” del rostro –el mismo Freud relata algún caso donde la satisfacción por eliminar comedones remite a la masturbación–.

El semen, las heces, la leche, la voz, la mirada: lo más deseado y lo más rechazado salen de orificios del cuerpo; pezón, ano, genitales. Lugares donde la erótica relación con el Otro se localiza en virtud de una ley que, en objetos fuera del cuerpo, metaforiza algo de su omnipresencia. Bordes donde el goce se hace deseo, restos que atestiguan una ilusoria unidad, a expensas de operadores tales como el asco.

Cucarachas hablantes: si también nosotros salimos de un agujero, ¿quién podría sorprenderse por el asco ante al coito de los padres?


Difícil pudor

Mientras que las significaciones compartidas por el lazo social ubican en precisos lugares la ominosa alteridad que nos constituye, aquellos sujetos desabonados de la instancia psíquica que civiliza la pulsión intentan otras estrategias para vérselas con la satisfacción que los somete. En la psicosis, el circuito de la pulsión –por no pasar por el Otro– descarga todo su sadismo y voracidad en el sujeto. Así, el asco está dirigido hacia el propio cuerpo. No hay pudor ni intimidad. Nada más intrusivo y vejatorio.

Hacer algo con eso supone la invención que por respetar la singularidad, construye una barrera al goce a partir de los rasgos que constituyen un sujeto. Se trata de qué es esa cucaracha para cada sujeto. Lo interesante es que, para construir ese particular, se debe contar con el concurso del Otro. Allí está nuestra posibilidad de facilitar el lazo social (y de poner las cucarachas a distancia).

Por estar en el lugar de la excepción, los pacientes llamados psicóticos suelen estar hablados por lo general y moverse con un cuerpo al que viven como extraño. Se trata de construir lo particular que les permita apropiarse del lenguaje que los habita y del cuerpo que se les diluye. Desde esta perspectiva, lo particular son las razones con que un sujeto se arma un mundo al intentar dar cuenta de ese imposible –lo singular/general– que bien podríamos comparar con un cuerpo extraño. Cuando un sujeto canta una canción, pinta un cuadro o representa un papel, se abre la posibilidad de ubicar en ese nuevo objeto algo de la ominosa presencia que aplasta al psicótico. Por eso, no se trata de interrogar por qué hizo tal o cual cosa, sino: qué opina sobre ese blanco que está allí; qué le pareció el personaje que nos acaba de representar.

Al interrogar por ese inanalizable que es la obra de arte, se invita al sujeto a dar las razones con las que construir el particular que le permita apropiarse de ese cuerpo –hasta ahora extraño para él– y así correrse del atroz lugar de objeto que la excepción constituye.

El lazo social supone ubicar en un objeto algo de lo ominoso que nos habita; para ello debemos ubicar alguna significación en común. De esto trata la estetización con que el síntoma se vacía de sentido. Como la cucaracha, que –por faltarle las dos patitas de atrás– se transforma en una dulce y entrañable canción que, al hacer lazo con el Otro, pone a distancia la ominosa dimensión que nos habita.

En un dispositivo de hospital de día, el grupo de pares está al servicio de construir el particular con el que un sujeto se arma un cuerpo y un mundo. Al sancionar, por ejemplo mediante un simple aplauso, el acto que supone hacerse responsable de una opinión, de un gol, o el compromiso que supone despejar los restos de comida después del almuerzo, los varios se constituyen en testigos de una cesión de goce.

Ahora bien, hacerse responsable de una opinión sobre el objeto cucaracha no es sin el recurso que el Otro brinda por excelencia: la identificación. En efecto, es impensable considerar una cesión de goce sin la transferencia que supone depositar cierta confianza, amor y saber en un Otro. Suficiente para pensar todo el hospital de día como un dispositivo para manejar la transferencia con sujetos que padecen graves carencias simbólicas.

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A quienes hemos trabajado en servicios de hospitales públicos, nos resulta muy sencillo ponerle imágenes al texto.
Excelente y precisa metáfora para abordar un tema tan complejo...NZ

martes, 16 de enero de 2007

Quieren crear una píldora para borrar los recuerdos dolorosos

Se la podría ingerir tras una situación traumática para poder evitar el sufrimiento.

Fuente: Clarin. THE WASHINGTON POST. ESPECIAL

La norteamericana Kathleen Logue estaba en su auto, parada en un semáforo, cuando dos hombres rompieron su ventanilla, le apuntaron un arma a la cabeza, entraron en su vehículo y la obligaron a manejar. Durante horas, luchó con ambos para que no la violaran y finalmente escapó. Pero el recuerdo de aquel día la atormentó durante años.

Es por ello que decidió presentarse como voluntaria para un experimento para probar si a través de la ingesta de una píldora, inmediatamente después de sufrir una experiencia aterradora, se logra reducir el riesgo de sufrir lo que se conoce como estrés post traumático. El estudio forma parte de un promisorio pero controvertido campo de investigaciones que busca modificar, o borrar de ser posible, el impacto de los recuerdos dolorosos, concepto bautizado “olvido terapéutico” por algunos y que fue llevado a la ficción en filmes como “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” con Jim Carrey, Kate Winslet y Kirsten Dunst.

Los investigadores aseguran que pastillas de este tipo podrían prevenir o servir para tratar a soldados que deben hacer frente a los horrores de la guerra, víctimas de la tortura en recuperación y otros que hayan vivido experiencias graves, devastadoras desde el punto de vista psicológico.

”Algunos recuerdos pueden llegar a ser muy destructivos. Vienen a nuestra memoria cuando no lo deseamos y se ven acompañados de sentimientos muy dolorosos”, explica Roger Pitman, profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de Harvard, que estudia este enfoque.

Los escépticos sin embargo sostienen que el hecho de tratar de manipular los recuerdos es algo que se entromete con un territorio peligroso, ya que los recuerdos son parte de la mera esencia de identidad de una persona.

Hasta ahora, se realizó sólo un puñado de pequeños estudios con voluntarios de Estados Unidos y Francia, en el que se puso a prueba en la mayoría de los casos a una droga llamada propranolol, que bloquea la acción de las hormonas del estrés que graban recuerdos en el cerebro. Los resultados fueron tan promisorios como para que los investigadores ya estén pensando en realizar más estudios en otros países, como Canadá e Israel. Se probará al propranolol y otras drogas, incluidos los componentes de la marihuana.

”Todo lo que se aprende en un momento de excitación emocional queda fijado con más fuerza”, explica James McGaugh de la Universidad de California en Irvine. McGaugh demostró que las emociones fuertes —como el miedo, el amor, el odio y el pánico— desencadenan hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, que activan a su vez una parte del cerebro llamada amígdala, que es la que crea recuerdos vívidos, muy cargados desde lo emocional.

De todos modos, hasta ahora, las investigaciones mostraron que los efectos emocionales de los recuerdos se pueden mitigar pero no borrar.

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Pienso... desde una perspectiva muy freudiana, luego del efecto de esta píldora, a dónde ira a parar el afecto?!

miércoles, 3 de enero de 2007

La Farándula Psi.

Las reuniones de fin de año dejan un plus irrepetible, una serie de conocimientos indispensables para todo analista que se precie de tal. Sin duda también crece y se reproduce en los pasillos de los hospitales, en los consultorios compartidos, en las instituciones, en los llamaditos de cinco minutos entre paciente y paciente, en los cafecitos. En fin, en los intersticios del mundo psi.

¿A qué me refiero? A la prensa amarilla psi. Sí! Los psicoanalistas también tenemos una farándula. El diario del amor y el desamor, aquellos de buena prensa y otros incinerados por algún hecho bochornoso a los minuciosos ojos psi, las últimas noticias de aquellos que se han brotado, aquel que se separó más de cinco veces y comenzó a salir con alguna conocida, aquel que gusta de conquistar futuras colegas, etc., etc.

Tanta intervención simbólica, tanto recurso en lo real para lograr el ansiado cambio de posición subjetiva en los pacientes, dejan su marca en la difícil vida del psicoanalista. Es así que volcarse al puro imaginario de las secretas infidelidades resulta un entretenimiento exquisito para recrear el inconciente.

Por ello recuerdo con deleite las últimas reuniones acontecidas en las pasadas semanas, en las cuales ha sido posible interiorizarse de algunas nuevas parejas, reflexionar sobre la orientación sexual de algún colega, conocer las historias de amor pasadas y presentes, tener datos precisos de aumentos y descensos de peso, acceder a una lista pormenorizada de aquellos que luego de tantos años de trabajo finalmente han perdido la razón, comprobar cercanías y lejanías irrecuperables del punto de aceptación de la castración, observar de cerca los resultados de la cirugía estética en un cuerpo psi, etc., etc.