viernes, 4 de abril de 2008

En los albores de una presentación.

El tiempo es una de las cosas de las que se puede carecer antes de una presentación. La semana previa al Congreso de Salud Mental, tracé las primeras palabras de este texto, con la ilusión de poder terminarlo antes de la presentación y según la lógica de mi cronología, publicarlo antes de ella. No fue posible. Aquí está, un texto de un tiempo anterior, publicado después.

Hay quienes dicen que se trata de sostener cierta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Es así que no puedo más que caer presa de de mis propias palabras (que para colmo han sido escritas), cada vez que me arriesgo a protagonizar una presentación. Quien no comprenda de lo que hablo puede visitar ¿Por qué los psicoanalistas leemos cuando presentamos?

Inmersa en el trabajo de la presentación, me respondo aquel interrogante sin titubear: ¡es más fácil! La enunciación de la escritura es reproducida literalmente en la lectura. En cambio, cuando uno se dispone a hablar sobre el escrito, se ve obligado a producir un nuevo decir que se sustenta en él, pero que al mismo tiempo se desprende. Dos creaciones diferentes, en tiempos distintos. No digo que una cosa sea mala y la otra buena, sencillamente son operaciones diferentes.

Sentarse en la mesa de tal o cual Congreso y exponer(se) no es una tarea sencilla, aunque puede ser muy placentera. Habrá sido necesario atravesar diferentes momentos, que según indica mi ideal, deben ir recortándose proporcionalmente a los años de experiencia y la cantidad de presentaciones realizadas.

Los momentos serían algo así:

El deseo de presentar: hay un deseo de participar activamente. Ganas de escuchar, pero también de ser escuchado, de transmitir con la palabra, no sólo escrita.
El advenimiento de la idea: con el deseo en el haber, en un momento inesperado, de pronto, surge una idea que ya no podrá ser otra.
El impulso de hacerlo: la idea viene acompañada del impulso. Ahora que se cuenta con ella, no compartirla sería pura inhibición. Hay algo para decir que puede resultar interesante. A esta altura ya es una decisión. Hay cosas de las que no se puede retroceder.
El proceso de escritura: sin duda se trata del momento de mayor complejidad y angustia. Se suscitan diversos momentos que se suceden entre sí, una y otra vez, vuelven a comenzar, tal vez hasta que el escrito pueda soltarse.
Nada más gráfico que las palabras:

“Esto que se me ocurrió está bueno, es una idea original”

(Tal vez en el mismo día un poco más tarde)
“Es un desastre, no le puede interesar a nadie”

“Este escrito no va para ningún lado, pero no queda otra ya está escrito, quienes lo lean me dirán”
(allí un resto de esperanza de que la propia percepción pueda estar equivocada.)

“Si, está bueno, pero podría estar mejor”

“Ya no hay nada que hacer, la fecha de entrega llegó, tal vez les gusta, después de todo está bastante bien”

Enviar el trabajo: este acto es uno de los más placenteros. Soltar el escrito. Es lo que es. No será ni más ni menos. Una suerte de relajación. Ya está.
Un tiempo del olvido: entre la entrega del texto y la presentación suele haber un tiempo, un mes por ejemplo. Son días que transcurren como si nunca se hubiera escrito nada. La tensión pasó, no hay por qué preocuparse. La presentación aún está lejos.
La cercanía de la fecha de presentación: no era una fantasía. Hay un escrito que lleva mi nombre y me espera en una mesa, junto con otros colegas para que hable de él. Retorno de la tensión, las fantasías del momento de la escritura vuelven a dar una vuelta por la cabeza.
El nuevo encuentro con el texto: lo vuelvo a leer, es como si no fuera mío. Hay cosas que ni recordaba, algunas muy interesantes, otras no sé. Se trata de producir un nuevo ordenamiento que posibilite un decir que sólo se producirá en el momento de la presentación y se extinguirá apenas termine. El deseo es dejar pequeños restos que ojalá sean recogidos por quienes se hayan dispuesto a la escucha.
Me dispongo a la presentación: cuento con un punteo en la hoja como guía y el deseo de que algo de todo lo leído y pensado en el proceso atravesado, acuda a mi pensamiento en ese preciso momento. Sólo eso.
Momentos previos a la presentación: escucho a otros. Sin duda, resulta tranquilizador. Seré una más.
La presentación: ya sólo me preocupa que el micrófono haga retumbar demasiado mi voz y eso me distraiga. Dura sólo las primeras palabras. Después, el deseo me acompaña. Menos mal.

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