viernes, 11 de julio de 2008

No hay nada peor que no poder escribir.

No parece pero el pen drive, alias pepucho, puede ser crucial. Que bronca haberlo olvidado justo en el momento en que la inspiración era invitada y se disponía a terminar un artículo de grandes elucubraciones teóricas; que tan mezquina presencia habían tenido en los últimos meses.

Después de una sabrosa sesión con el analista, algunos nudos se desatan. No es que suceda en todas, sólo en algunas que gozan de venturosa fortuna. Sale del consultorio con algunas frases que retumban en su cabeza como aquellas pelotas saltarinas de los ochenta. Con poco espacio, eso sí. Piensa en su destino. No con el sentido espiritual del término, pues no cree en ello, sino como resultado de sus meticulosas y precavidas acciones. Que terminan por ofrecerse como obstáculos a un destino deseado, pero también postergado. Es ahí donde siente fervorosos deseos de retomar aquel escrito que tanto le esta costando terminar.

Vuelve al consultorio. Mientras atiende dos o tres pacientes, planea el gran momento. Preparará un te, que no estará ni muy frío, ni muy caliente. El vapor con aroma a frutillas será cuidadosamente acompañado de una madalena que guarda celosamente para ocasiones espacialísimas. Sin duda será una de ellas. Las musas están por llegar.
Una paciente anuncia su ausencia y aporta cuarenta y cinco minutos al inminente gran momento.

La sesión del paciente que daría inicio a la hora de las musas, ha llegado a su fin. Un señor particular que luego de hablar y hablar dice: lo que pasa que hay cosas que yo no quiero ver!. Repite su frase, le pide sus anteojeras y lo despide hasta la próxima semana. El hombre acepta y se va. Guarda lo que era de éste, que nunca más usará; y por fin, el gran momento ha llegado.

Saquito de te en mano, se dirige a la cocina, calienta el agua con la temperatura justa. Mientras observa la formación paulatina de las pequeñas burbujas, piensa en aquellos ribetes geniales que por fin dará a su texto. Y que de una vez, pondrán punto final al trabajo de meses.

El té se calentó demasiado, pero no importa, puede soportarlo. Lo dispone al reposo, mientras enciende su pequeña computadora, especialmente adquirida para estos sutiles momentos de escritura. Como un cazador de grandes momentos. Coloca su añeja madalena junto al humeante de frutilla. Todo está listo. Sólo falta ese pequeño pero gran adminículo que guarda sus letrados tesoros. A decir verdad, lo busca aunque sabe que no lo tiene. Recuerda que la ultima vez que lo vio estaba prendido cual sanguijuela a su pc oficial. Esas que no se mueven y aún se jactan de ser las verdaderas. Sabe que no lo puso, pero lo busca y no sólo eso, se desespera. Apura sus movimientos de un bolso al otro. Pasa por los bolsillos más recónditos, los fondos de los cajones (jamás lo pone ahí), el piso, la entretela del sillón, tal vez en el diván… ¡¿Dónde está el pepucho?! Vuelve al bolso y agita sus manos dentro como un perro que cava un hoyo. Su corazón está agitado y espera un milagro. ¡Que el pequeño aparezca y la ilusión del momento no se quiebre, por favor!
En fin, el bicho no está. No hay más remedio.

Era de esos días en los que sale de su casa muy temprano, para regresar solo cuando el cielo ha agotado sus matices. En la mañana, sus inhibitorias ataduras gozaban de un redoblado vigor. El problema es que este muchacho al que va, su analista, no ha desarrollado sus técnicas completamente y de acuerdo a las necesidades concretas del cliente. Si le desata el nudo de la escritura, también podría coparse y hacer aparecer los elementos precisos para llevarlo a cabo. Porque nuestro pobre héroe de la palabra salió con una cabeza de su casa y luego por la tarde se encontró con otra. Esta última paga los platos rotos de la adormecida mente matinal. ¡No es justo! Por eso, igual escribe. Escribe sobre lo que le falta: ¡el bendito pepucho!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

GENIAL!!!! QUE PLACER LEERTE!!!
Patricia

Natalia Zito dijo...

¡¡¡GRACIAS!!!!

Un placer tenerte por aquí.

Natalia.

Anónimo dijo...

Viste, estoy entrando nomás.