viernes, 8 de agosto de 2008

Las zapatillas del analista

Los fenómenos enloquecedores no solo suceden entre analista y paciente. Poco y nada se habla de las relaciones entre pacientes. De un mismo analista, claro está. De otro modo qué sentido tendría. Se nos abriría el mundo entero al texto. Sería demasiado para este propósito.
La fantasía de ser el único paciente es tan frecuente como imposible. El pobre analista tendría que alternar los horarios de este pobre paciente también, con la recolección de cartones o las changas como plomero en su edificio. Qué gran paradoja sería que quien destape los caños de la casa sea el mismo de quien se espera la posibilidad del gran destape. Al menos por ahora nadie me ha reportado una historia tal.

El fugaz pero contundente encuentro entre pacientes sucede en las resquicios del análisis. En esos breves momentos en los que la cosa analítica parece suspenderse. En la sala de espera, en el topetazo cuando el analista abre la puerta y se encuentra con que el siguiente y entusiasta paciente ya está allí, en la puerta de entrada, cuando quien baja ya tiene vista esa cara que siempre está ahí agazapada, esperando. Y no mucho más. Pisada la vereda, ya son dos personas comunes y corrientes. Bueno, dejando por fuera la situación de que dos amigas sean pacientes del mismo analista por recomendación de una de ellas y directamente entablen cenas en su nombre, especialmente dedicadas a reír a carcajadas de todas las impurezas del pobre diablo. Ese es otro cantar.

El análisis es el mundo de las fantasías y de ellas no está exento todo lo que anda alrededor. Los instantes en los que se cruzan los pacientes son suficientes para construir grandes y coloridos globos aerostáticos.
Si el paciente es relativamente nuevo y se cruza con otros puede entender que algo bueno debe hacer para que todas estas personas circulantes quieran verlo al menos una vez a la semana. Funciona como un alentador de confianza, una invitación a la transferencia. Aunque sólo dura un tiempo. Si el tratamiento prospera, esos mismos otros se convierten ser peligrosos enemigos, duros competidores o filosos aliados de ironía y cinismo.

En cuanto el turno del paciente anterior extiende sus minutos por encima de los que corresponden al siguiente sufriente, cosas por el estilo pueden emanar. Esta no paraba de hablar, por qué no se mide un poco, no sabe que estoy acá esperando?. A mi analista le debe interesar más lo que dice él, por eso pasa más tiempo con ese paciente que conmigo. Este paciente le debe pagar más, por eso le dedica más tiempo a él. Las cosas que le pasan deben ser más graves que las mías, claro yo vengo por cuatro boludeces, a quién le puede importar.
Tanta conexión con esos desconocidos, que no verlos hasta podría generar un vacío tal, que en alguna oportunidad podría cambiar el tenor de los pensamientos. Upa! Mirá este muchacho, nunca lo había visto, no está nada mal. Además si viene a mi analista debe ser un tipo interesante, como yo. Lástima que ya se fue y yo tengo que entrar. No da preguntarle a mi analista por él. Aunque pensándolo bien, quién mejor que él para obrar de celestino. Conoce cada desliz, cada imperfección, cada temor y cada virtud. Podría hacer andar el engranaje con solo diseñar un plan de acción. Sería cuestión de proponérselo y mata dos pájaros de un tiro.

La sala de espera puede ser origen de grandes pasiones, aunque no todas del mismo estilo. Algunos analistas que cuentan con ella, cuentan también las catástrofes que ésta puede albergar. Las miradas furtivas pueden ser más oscuras de lo que aparentan, sobre todo dependiendo de quién elijan para posar sus garras.
Se miran con recelo imaginando quién puede estar peor. Quién es más gorda o más flaca, cuan cumplidor pueden ser con su analista. Se miran, se radiografían. Hasta que un día deciden hablar. El ocaso del analista está más cerca de lo que nunca había estado. Vos te atendés con fulana también, no? Si. Hace mucho? Bueno, hace algunos años, bastante bien, estoy algo mejor. Si, yo también. Viniste el martes pasado? Si. ¡Viste las zapatillas que se puso! Ambas se fundieron en una risa ensordecedora que sellaría el tema de cada nuevo encuentro fugaz. Con un tono que se iría incrementando proporcionalmente al ocaso paulatino, lento y doloroso de ese analista que de ser el gran destapador, termina por ser un pobre tipo abandonado. Bueno, hasta que sale del consultorio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillamente excelente!