domingo, 10 de agosto de 2008

Relato del día de Soledad

Un cuento triste

Trabajar en un loquero puede ser verdad para un analista. Hay palabras más complacientes: neuropsiquiátrico, hospital de crónicos, manicomio incluso. Lo cierto es que las cosas que pueden suceder allí tienen la magnitud de sus paredes. Y el efecto de ellas en quienes las habitan guarda similitud con ello.

Un fin de semana largo es un oasis para privilegiados que vuelven luego de él con aire renovado en sus oídos. Aún más renovado que otros, pues el analista de hoy es joven y entusiasta. No se ha curado del furor curandi. Cree firmemente que su escucha puede cambiar las cosas. Apuesta hasta lo que no tiene para demostrárselo a él mismo y a los viejos cansados que dan por perdidas algunas luchas que podrían sostenerse aunque más no fuera, por el qué dirán.

Luego de atravesar un pabellón -el mejorcito de todos- accede al clásico jardín de película. Frondosos árboles visten finos senderos circundados por grandes extensiones de césped pobladas con bancos de plaza, que en este caso no lo son. Todo ese escenario no está vacío. No sería de película si no tuviera a las desastradas mujeres circulantes y medio desorbitadas que siguen a los transeúntes de aspecto más normal, pidiendo aunque sea una muestra del mundo de los cuerdos. Un cigarrillo, una moneda. Algunas, a costo de alaridos ensordecedores plagados de palabras vacías, canciones, o brutales insultos. Aunque sólo en algunos casos y exclusivamente para caras nuevas.
Una vez atravesado el jardín, un nuevo pabellón es contorno. Escaleras interceptadas por rejas y vigilantes van dando paso a este Maxwell Smart de la psicología. Llega por fin al consultorio. Que no es su consultorio. Faltarían miles de años para poder tener el suyo. Por ahora solía encontrarse allí con otros pocos entusiastas como él. Algunos del palo de la psiquiatría más o menos abierta a las cuestiones de la escucha y alguna que otra asistente social, tan requerida en todos los rincones del hospicio.
Con luz natural, en el pequeño recinto y mientras revolvía la pila de historias clínicas, le pregunta a uno de sus compañeros: dónde está la historia de Soledad. Con una sonrisa que hubiera sido causa suficiente para una trompada de haber podido reaccionar, éste le responde: pasó a mejor vida. Dale, no hagas chistes, donde ésta. El desubicado palmó en silencio y la colega que oficiaba de maestra gracias a sus canas y sus buenas intenciones con este novato, desfiguró su rostro con un gesto que de tan duro y doloroso hizo que el aire se aplomara, anunciando una noticia que jamás podría ser alentadora. Y fue ahí que el primer garrotazo de su carrera caería sobre su cabeza como una de las primeras peores noticias que recibiría en su vida. Soledad se ahorcó. Todo aquel aplomo se atornilló a sus rodillas. Rígido, cayó sentado con una sensación que de tan fuerte perdía realidad. Pedía a gritos sordos que no fuera verdad. No puede ser verdad. La muerte no puede ser, pero es.
Aquel fin de semana oasis, Soledad había decidido hacer crudo honor a su nombre. Un pacto. De los más macabros que la mente humana consigue elucubrar. Una a una irían abandonando el mundo en soledad, pero Soledad fue la primera y no tendría garantía de sus seguidoras. No le importaba. Su vida había sido tan dura que sus veinte años le quedaban chicos. En la eternidad, al menos no existían los manicomios, los proxenetas, las prostitutas, los huérfanos, el hambre, las drogas.

El día estaba tan radiante que el analista tardaría muchos años en comprender por qué alguien puede renunciar a esa luz. No por pérdida, sino por un desinterés tan absoluto que el deseo de morir es el mejor decorado.
Todas las vidas llegan a su final en algún momento. Es probable que la sabiduría este en reconocer ese momento. No para cambiarlo, sino para aceptarlo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste pero muy bien llevado este cuento.

Anónimo dijo...

Un estilo Saramago el tuyo!
Me hiciste pensar en sus palabras, sobre todo cuando leí que la soledad se ahorcó..

Me gustó!!!

Anónimo dijo...

Uh me mandé cualquiera. Soledad era una persona...pero sería interesante pensar que un día la soledad no quizo estar mas sola y se ahorcó, verdad?

Anónimo dijo...

Un Meme te espera en
http://sentires.wordpress.com/2008/08/17/respondiendo-a-un-meme-de-matrix/#comment-1666

"Qué cosa me hace feliz"
Cariños Natalia

Natalia Zito dijo...

Matius:

Gracias por tu comentario, que lejos de haberte mandado cualquiera, habla de una lectura que me dejo pensando. Ya que es algo que no estuvo en mis intenciones concientes al escribir.
Y tu comparacion con Saramago me ha dejado inflada cual globo aerostático en pleno vuelo. Muchas gracias!!!

Bienvenido a los pagos!

Natalia.