viernes, 11 de abril de 2008

Lo genial puede estar hecho de deshechos...

"...Un escritor, o todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte; tiene que aprovecharlo..."

Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De dios que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche, la incapacidad de leerlos..."

Borges. La Ceguera

Es genial, sencillamente eso y no precisa traducciones.

viernes, 4 de abril de 2008

En los albores de una presentación.

El tiempo es una de las cosas de las que se puede carecer antes de una presentación. La semana previa al Congreso de Salud Mental, tracé las primeras palabras de este texto, con la ilusión de poder terminarlo antes de la presentación y según la lógica de mi cronología, publicarlo antes de ella. No fue posible. Aquí está, un texto de un tiempo anterior, publicado después.

Hay quienes dicen que se trata de sostener cierta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Es así que no puedo más que caer presa de de mis propias palabras (que para colmo han sido escritas), cada vez que me arriesgo a protagonizar una presentación. Quien no comprenda de lo que hablo puede visitar ¿Por qué los psicoanalistas leemos cuando presentamos?

Inmersa en el trabajo de la presentación, me respondo aquel interrogante sin titubear: ¡es más fácil! La enunciación de la escritura es reproducida literalmente en la lectura. En cambio, cuando uno se dispone a hablar sobre el escrito, se ve obligado a producir un nuevo decir que se sustenta en él, pero que al mismo tiempo se desprende. Dos creaciones diferentes, en tiempos distintos. No digo que una cosa sea mala y la otra buena, sencillamente son operaciones diferentes.

Sentarse en la mesa de tal o cual Congreso y exponer(se) no es una tarea sencilla, aunque puede ser muy placentera. Habrá sido necesario atravesar diferentes momentos, que según indica mi ideal, deben ir recortándose proporcionalmente a los años de experiencia y la cantidad de presentaciones realizadas.

Los momentos serían algo así:

El deseo de presentar: hay un deseo de participar activamente. Ganas de escuchar, pero también de ser escuchado, de transmitir con la palabra, no sólo escrita.
El advenimiento de la idea: con el deseo en el haber, en un momento inesperado, de pronto, surge una idea que ya no podrá ser otra.
El impulso de hacerlo: la idea viene acompañada del impulso. Ahora que se cuenta con ella, no compartirla sería pura inhibición. Hay algo para decir que puede resultar interesante. A esta altura ya es una decisión. Hay cosas de las que no se puede retroceder.
El proceso de escritura: sin duda se trata del momento de mayor complejidad y angustia. Se suscitan diversos momentos que se suceden entre sí, una y otra vez, vuelven a comenzar, tal vez hasta que el escrito pueda soltarse.
Nada más gráfico que las palabras:

“Esto que se me ocurrió está bueno, es una idea original”

(Tal vez en el mismo día un poco más tarde)
“Es un desastre, no le puede interesar a nadie”

“Este escrito no va para ningún lado, pero no queda otra ya está escrito, quienes lo lean me dirán”
(allí un resto de esperanza de que la propia percepción pueda estar equivocada.)

“Si, está bueno, pero podría estar mejor”

“Ya no hay nada que hacer, la fecha de entrega llegó, tal vez les gusta, después de todo está bastante bien”

Enviar el trabajo: este acto es uno de los más placenteros. Soltar el escrito. Es lo que es. No será ni más ni menos. Una suerte de relajación. Ya está.
Un tiempo del olvido: entre la entrega del texto y la presentación suele haber un tiempo, un mes por ejemplo. Son días que transcurren como si nunca se hubiera escrito nada. La tensión pasó, no hay por qué preocuparse. La presentación aún está lejos.
La cercanía de la fecha de presentación: no era una fantasía. Hay un escrito que lleva mi nombre y me espera en una mesa, junto con otros colegas para que hable de él. Retorno de la tensión, las fantasías del momento de la escritura vuelven a dar una vuelta por la cabeza.
El nuevo encuentro con el texto: lo vuelvo a leer, es como si no fuera mío. Hay cosas que ni recordaba, algunas muy interesantes, otras no sé. Se trata de producir un nuevo ordenamiento que posibilite un decir que sólo se producirá en el momento de la presentación y se extinguirá apenas termine. El deseo es dejar pequeños restos que ojalá sean recogidos por quienes se hayan dispuesto a la escucha.
Me dispongo a la presentación: cuento con un punteo en la hoja como guía y el deseo de que algo de todo lo leído y pensado en el proceso atravesado, acuda a mi pensamiento en ese preciso momento. Sólo eso.
Momentos previos a la presentación: escucho a otros. Sin duda, resulta tranquilizador. Seré una más.
La presentación: ya sólo me preocupa que el micrófono haga retumbar demasiado mi voz y eso me distraiga. Dura sólo las primeras palabras. Después, el deseo me acompaña. Menos mal.

sábado, 8 de marzo de 2008

Un Psicoanalista en el Dentista


Es sabido que los psicoanalistas cuidamos nuestros oídos. Es para nosotros como el auto al taxista. Pero no solamente. Algunos complementos resultan también imprescindibles. La boca, por ejemplo. La palabra es nuestra arma predilecta. Sale por allí, o también por las manos si se trata de escritura.

Es así que cada tanto visitamos a esos locos amantes de explorar bocas ajenas con cierto sadismo sublimado gracias al torno y esa serie de adminículos que van y vienen en el brazo mecánico que siempre los acompaña.

Sin embargo, ese mal trago no es exactamente el tema que hoy justifica mis palabras. Sino la mentada fantasía de que los analistas analizamos todo, todo el tiempo. Fantasía, mito o creencia popular que mayormente no es más que eso. Analizar es nuestro trabajo y como tal, también cansa.

Fuera del consultorio, uno asiste al odontólogo como cualquier perejil. Advertido de la posible espera, acompañado de diversas lecturas, psicoanalíticas claro, para amortizar la espera.
Una vez allí, me recibe una recepcionista maleducada pero por sobre todo desconectada de la escena, más que del teléfono y la enorme cantidad de papeles en el escritorio. No es agradable, pero no conmueve la postura perejil. Me siento, observo, me sumo en la lectura, pretendiendo que no me afecta que en breve, mi boca se llenará de enemigos indeseables.

Suena el teléfono. Es el novio o pareja de la recepcionista. ¿Cómo lo sé? Todos en la sala lo sabemos. Se rompió el lavarropas. Fue el técnico pero no pudo arreglarlo porque alguien cortó el enchufe y se perdió la garantía. Corta. Sigo perejil. Esta vez es ella quien llama. Se trata de su madre. Es para despertarla, la propia madre le había pedido que la llamara para eso. Todos en la sala lo sabemos. Una vez despierta, le cuenta el drama del lavarropas. Ocasionará que la niña grande deba ir a lavar la ropa a la casa de su madre. Allí el dilema: “Voy a tener que ir a tu casa, bah! a mi casa? Todavía es mi casa. Es mi casa”. (Y la conversación con la madre gira en torno a ello). La escucha adormecida y hundida en la lectura también se despierta, pero sin avisar. Mientras la niña recepcionista habla por teléfono, transitan pacientes que fracasan en su intento por restituirla en su función. A nadie más ella puede dirigir siquiera la mirada.
No es que los analistas analicemos todo pero hay cosas que convocan la escucha de un modo tan abrumador que no hay oído analítico que se resista.
Escribo estas líneas en el revés del texto psicoanalítico que estaba leyendo antes de lo de mi casa-tu casa. Está desprolijo, dudo de entender mi letra luego. Termino. Mis ojos vuelven al texto. Me olvido. Y el dentista que no me llama.

martes, 4 de marzo de 2008

Volver...



(...)
Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir,
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.
(...)


Autor: Alfredo Le Pera




miércoles, 30 de enero de 2008

Detenerse. A veces es irremediable…


Promediando Diciembre todo comienza a detenerse. Quieras o no. Hay que dejar todo lo que estabas haciendo. No importa cuánto entusiasmo estuviera en juego. Marzo será el mes ideal para retomarlo. Por qué esperar casi tres meses?! Costumbre infantil tal vez, ligada al ritmo académico...

En ocasiones, aquellos que deben trabajar intensamente durante el verano, sienten la necesidad de un esfuerzo extra para soportar trabajar mientras “todos se divierten” (noten la estructura de fantasía que grita en esa frase!)

En fin, parece ser que esta alienación cultural alcanza los estratos más recónditos, por ejemplo: mi blog. Hay personas que escriben preguntándome si el blog está cerrado o abandonado. No! nada de eso, es que es época estival y no he logrado sortear el suspenso que se impone.

De modo que estas líneas son simplemente para transformar en palabras escritas esta duda que me aqueja acerca de este fenómeno veraniego. Pero también para agradecer la enorme cantidad de comentarios que he recibido en este último tiempo.
Los iré respondiendo, a medida que Marzo se aproxime.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Dos pájaros de un tiro: una entre miles de miradas.

Un psicoanalista en un recital no puede evitar analizar qué está sucediendo allí y qué hace él en ese lugar. Tres o cuatros instantes. Luego canta, salta, grita y transpira como cualquier “cristiano” (¿?!!)

La música y la poesía se daban cita en dos de sus grandes representantes. No precisamente en la cuna de la intelectualidad, sino más bien en uno de los escenarios más populares de nuestra ciudad. Últimamente reacondicionado por algún pro. Entonces, no sólo Serrat y Sabina sino también cultura y popularidad.

La bombonera, curiosamente habitada por una multitud de personas que probablemente se precie por la diferencia, el criterio y un estilo tal vez más intelectual, se vio homogeneizada en sus puntos más extremos. Señores apilonados como muchachotes y señoras se dejaban arrastrar por la marea humana, embadurnada en un cálido y húmedo sopor de los cuerpos. Así miles de personas se deleitaban en una fiesta de música y poesía, con gratos condimentos populares. A los saltos, haciendo honor a las palabras que tarareaban:

Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
“Mas de cien mentiras”. J.Sabina

O También:

Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
por una noche se olvido que cada uno es cada cual.
“Fiesta”. J. M. Serrat

Así, un Serrat más desinhibido por la compañía y un Sabina seductor y admirador de su maestro, se complacían y nos complacían en el escenario con una exuberancia de música y humorística ironía. Digna de ser vivida.

Eso sí, con un comienzo y un final. Uno solo, no tantos!!! Terminaba y volvía a concluir y volvía a comenzar y volvía a concluir… Tal vez para los amantes de la finitud, se nos hizo algo interminable. Sobre todo para quienes elegimos disfrutar esa fiesta de la música desde la costumbre popular de estar cuerpo a cuerpo con otros; habiendo perdido un tanto la práctica y un poco la salud también.
Matando dos pájaros de un tiro, recordando hábitos de juventud en la sucesión de recitales, allá por los años ’90. Pero con la mirada de hoy.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Los Grupos de Estudio

Quizás uno de los rasgos distintivos de nuestra profesión. A mis queridos lectores de otras moradas, puedo contarles que los analistas tenemos una conciencia cruda de la falta que opera en nosotros. Sabemos que no se accede a un saber absoluto y más aún, que el saber universitario es inerte y sin consecuencias. Una vez adquirido hay que ponerlo a trabajar, cual si fuera una piedra en bruto de la que podríamos partir para construir nuestra escultura, que sin duda necesitará también de otros materiales.
La transferencia (en criollo: afinidad, suposición de algún saber a ese otro que nos pueda aportar algo) nos une con sutiles vectores que hilvanan pequeños grupos con citas mensuales, quincenales, los primeros y cuartos martes, los terceros y quintos jueves, los miércoles pares, pero los impares no; en fin somos gente complicada para eso. Para qué negarlo.
La cuestión es que hay una regularidad de encuentro con un tema en común que -como diría alguien con quien aprendo- tira del hilo y lleva el grupo adelante. Hasta que no tira más.

Hasta aquí, una traducción simple podría ser: “se juntan a estudiar, qué hay de interesante en ello?”. Supongo que si esos espacios han convocado mi escritura significarán algo más.

El camino del analista es tan solitario como social. La soledad del consultorio puede ser tan triste como placentera, pero sin duda necesaria. Lo que emana de ese trabajo es lo que tiende la cuerda a los otros.

Cuando digo camino, imagino una ruta. Muy larga. Esas que uno mira al horizonte y todo concluye en un punto. Recta, con campo alrededor, a veces también ciudades o pequeños pueblos. Sinuosa, en llanuras y precipicios. Soleada, estrellada, lluviosa, nublada, a veces muy nublada. Largos kilómetros permiten todo eso y más.
Una ruta extensa que une dos lugares muy distintos, pasando por muchos pequeños otros. Distintos pero unidos por el recorrido.
Sobre ella, un auto. Al comienzo con algunos amigos. Seguimos meticulosamente los carteles, por ahora podría ser peligroso aventurarse. Algunos kilómetros más adelante paramos a tomar un café, uno de los amigos me presenta a otro que conoce el camino, que a su vez está con otros que lo acompañan. Intercambiamos compañía y el auto se renueva. Seguimos camino hasta la próxima parada, donde ocurre algo parecido. Para esa altura ya conozco parte del camino y tal vez puedo guiar a otros y dejarme guiar también. Tal vez los carteles indicativos no me resultan tan relevantes como las palabras de quienes que me acompañan en el auto. Sin darnos cuenta, cada parada es resultado del camino recorrido que a su vez es resultado de las palabras que compartíamos mientras andábamos y no pensábamos tanto adónde íbamos sino en dejarnos llevar.
Los trechos de compañía encuentran su intervalo en tramos solitarios, que a su vez son sucedidos por otros de reunión que son fruto de la travesía en soledad y con otros. Cada tanto paramos, si hay mucha niebla, más aún. Cada detención es una escansión en el tiempo que cambia el orden de las cosas y relanza el camino. Es interesante porque a lo largo del recorrido uno se vuelve a encontrar con viejos amigos, conocidos, antiguos compañeros, otros conductores, que a su vez traen nuevas compañías y sendas distintas, fruto de otros itinerarios. Y lo mejor de todo es que en este camino, a diferencia de otros, uno puede ir en varios autos a la vez.